La crisis que nos azota sorprende cada día con nuevos datos, con cifras nuevas que traducen un negro panorama en numerosos sectores de producción que crean mayor incertidumbre y desconcierto en las generaciones que no encuentran el modo de abrirse un hueco en el mercado laboral. A cuenta de esta crisis también son muchas las firmas y empresas que han aplicado sus recortes hasta tal grado que han dejado al mínimo su mejor capital, el humano. Sin ir más lejos, ahora entras en algunos supermercados y te encuentras con largas colas de clientes que pierden su tiempo a la espera de ser atendidos, ya que hay una ostensible reducción de cajeros. Si acudes a la frutería solo hallas a un encargado/a, frente a los tres o cuatro que hasta hace poco había. Si llevas el coche al taller lo recepcionan pronto, pero la entrega se demora más que antes a consecuencia del menor número de mecánicos. Es evidente que se ha perjudicado la calidad de los servicios y la atención al cliente, cuyo número difiere muy poco del que se registraba hasta ahora, aunque sí se pueden haber reducido las facturaciones. Es más que notable la necesidad de empleados y trabajadores, pero los responsables de las empresas han optado por exceder la carga de trabajo sobre los pocos supervivientes que les quedan, a quienes, por otra parte, mantienen atemorizados bajo la espada del despido, los eres, los recortes, la reducción de derechos y, si se apura, la aniquilación de la dignidad del trabajador. Es frecuente que el empresariado arguya la necesidad de recibir una mayor protección porque sus integrantes crean riqueza y, consecuentemente, puestos de trabajo. Pero de un tiempo a esta parte esta justificación merodea el terreno de la falsedad.
El hijo de un amigo
Junto al pretexto utilizado por algunos empresarios para aplicar una reducción de las plantillas hay otros productores que se autoaplican la aureola de la solidaridad y reclutan mano de obra barata procedente de la inmigración y de bolsas de desempleo con la justificación de realizar una labor social, más allá de la mera relación capital-trabajo. Evidentes ejemplos de estas características haberlos en nuestra provincia en diferentes sectores, pero, sobre todo, en el hortofrutícola. Una de estas firmas, líder en el cultivo, la producción, comercialización y distribución de productos hortofrutícolas, asentada en algunas comarcas almerienses y que no teme a ninguna prima de riesgo, ha batido el récord de la vejación laboral. Me lo contaba el hijo de un amigo, que frisona la mayoría de edad, quien como los demás “afortunados” empleados de la referida empresa, recibe medio céntimo por lechuga plantada. El mayor salario que ha alcanzado este trabajador ha sido de unos veinticuatro euros, que se traducen en más de cuatro mil lechugas plantadas.¿Hay quién de más?.Con estas retribuciones las lechugas deberían indigestarse.
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