Las pocas veces que él dormía, escogía una de aquellas jaulas o casetas que servían para remolcar animales, yo prefería una de las tiendas que quedaban montadas en la sección camping . Él y yo nunca hablamos entre nosotros, además cuando llevas mucho tiempo en un lugar como este ya sólo conversas con los objetos. Con el paquete de leche de tetrabrik, cuando le cuentas que de niño era cristal y no cartón, me detengo algún rato que otro entre los estantes de la perfumería y hablo como si estuviera al lado de una mujer y a ella le gustara oír mis palabras.
A nosotros nos sucedió algo semejante a eso que pasa si pulsas la tecla “Supr” de tu computadora y entonces el vacío se traga las letras, una detrás de otra. A él se lo tragaron hace muchos años, un día buscaba en la sección de bricolaje un juego de destornilladores y los encontró, era tan normal hacerlo que algo desde dentro le dijo, que todo lo que necesitaba para vivir estaba allí. Otro útero que lo incubara y diera alimento a cambio de nada, como el vientre de la madre. Muchas noches teclea a oscuras en la sección de informática, escribe sus memorias o instrucciones secretas para vivir en un centro comercial; lo mismo incluye una dieta vegetariana estricta que trucos para no llegar a ser detectado por los vigilantes jurados, como mantener la higiene y qué hacer cuando llega el momento difícil de quedarse, cuando todos se van.
Nosotros no somos los únicos y a mí su experiencia de hombre tragado bien que me sirve. La primera vez caí al segundo día, llevaba mi barba sin rasurar y el traje de chaqueta arrugado, olía mal por la falta de aseo y de todo el salchichón que fui comiendo cada vez que tenía hambre, esos descuidos me delataron.
Yo salí un momento de la oficina para comprar crema de afeitar y ya no regresé. También tuve esa iluminación de creer, como aún hoy creo, que todo lo que necesita alguien como yo para vivir está aquí, sólo tienes que cogerlo y sí sabes hacerlo, lo harás sin ningún esfuerzo. Al principio, según cuenta él, ni el mismo Leviatán sabía como habíamos podido llegar hasta allí, pero si el tiburón lleva la remoras parásitas por utilidad, sólo era cuestión de tiempo que una inteligencia mucho más sutil que la del tiburón comprendiera que nosotros, éramos la aspiración más elevada que el gran vientre había procreado, por eso estábamos día y noche dentro de él, sin salir, como unos hijos cobardes o como unos amantes celosos. Bastaba corregir dos factores: el primero fijar cual era la dosis exacta, nunca siempre, pero siempre algo más. Y después amputar ese quiste vergonzoso de la gratuidad, día tras día ensayan con nosotros pero sin grandes éxitos, somos modelos rotos, unas cobayas desechables. Ayer encontré un billete de 50 euros, compré un móvil sencillo deje algo para saldo de llamadas, la mujer de la Sección Telefonía Móvil no dejaba de mirarme decía que mi cara le sonaba.
Llamé y pregunté por mis padres, mi hermano Ernesto dijo que estaban enterrados en el pueblo, preguntó donde había estado, después de tantos años ya todos me daban por muerto.
-Es verdad Ernesto, estoy muerto sólo he llamado para saber como está la caja de quesitos que dejé en el frigorífico de mamá antes de desaparecer.
-Siguen muy bien hermano, no debes de preocuparte por ellos. Respondió Ernesto con su voz de hombre tranq
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