Es más fácil asumir las manifestaciones naturales que generan efectos catastróficos que tolerar la contumacia del ser humano cuando, a sabiendas, repite errores. Cuando llueve, el agua corre hacia el mar por los mismos sitios. Siempre. Y si hacemos urbanizaciones en esos sitios, cuando llueva fuerte el agua se llevará esas casas por delante.
Sería un error hacer una interpretación primitivista del “castigo” con el que la Tierra sancionaría las malas prácticas de los hombres, o limitarnos a recordar a Santa Bárbara en plena tormenta. Por eso la aportación periodística más relevante de las crónicas que en las últimas horas han detallado la tragedia sucedida en el Levante por las lluvias no han sido las impactantes fotos o el relato de las desgracias vividas en primera persona. La clave ha estado en la hemeroteca porque, como reflejan los medios que han rescatado antiguas informaciones, esta comarca ya vivió una situación muy similar hace más de veinte años. La diferencia es que ahora se ha visto agravada por las dos décadas de construcción irresponsable y especulativa. No sé si han caído, pero la “zona cero” de la inundación ha vuelto a estar en un lugar llamado Pueblo Laguna. ¿Se han preguntado las razones por las que este sitio se llama así? El crecimiento de los pueblos y ciudades no se puede generar exclusivamente a golpe de catastro o en base a promociones inmobiliarias de turismo costero. A ver si nos enteramos de que hay más ordenación urbanística en el Calendario Zaragozano que en todos los pegous provinciales.
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