Vuelta al ducado

No falla. Cada vez que alguien dice una majadería siempre sale alguien a aplaudirla. No importa el calibre o el alcance de la idiotez. Siempre saltará algún mameluco dispuesto a abrazarla y refrendarla con entusiasmo. Es la vieja teoría que establece vínculos indisolubles entre los tontos y los “apoyaores”. 

 Esa es al menos la impresión que me ha quedado después de ver que la crónica preelectoral del País Vasco nos acaba de dejar unas declaraciones del presidente del PNV, Iñigo Urkullu, diciendo que los vascos, al igual que los catalanes, no tienen que seguir conviviendo “por imposición” con el resto de los españoles. Y para mejorarlo, lo ha hecho hablando de vínculos matrimoniales en plan fino, como cuando el “Hola” explica el divorcio de una marquesa follarina. Pero volvamos a la teoría del apoyo a la majadería para poner a cero el cronómetro y ver cuánto tarda en salir un portavoz del Bloque Gallego a pedir la independencia para Galicia o cualquier otro intrépido reclamando la autodeterminación para Villa Arriba o la segregación de Villa Abajo. Y como la tontería no entiende de fronteras, no cabría descartar que algún iluminado aproveche el rebufo independentista en España para relanzar los propósitos excéntricos en la Lombardía, en el Bajo Palatinado, en Flandes, en Cerdeña o en el Alentejo. Yo no sé si todos estos promotores del separatismo se han detenido a pensar a qué tipo de escenario nos arroja la vuelta a una Europa ducal o las ventajas de la feudalización en pleno escenario de globalización, justo ahora que los colegios empiezan a enseñar chino a los niños por lo que pueda pasar.