Vagos y maleantes

Vagos y maleantes

Andrés García Ibáñez
21:51 • 05 oct. 2012

Aunque algunos –en su desinformación- suponen que la Ley de Vagos y Maleantes fue alumbramiento del franquismo, en realidad, su aprobación por consenso de todos los grupos políticos tuvo lugar en la Segunda República, bajo un gobierno socialista. 


La ‘Gandula’, como se le empezó a llamar después, lleva fecha de 4 de agosto de 1933. Sobrevivió a la guerra civil y se consolidó  como mecanismo de control social durante el franquismo, quien la modificó y amplió -15 de julio de 1954- para incluir en ella, dentro del espectro de delincuentes, a los homosexuales o, como se les llamaba entonces, los “desviados” o “invertidos”.


Eran carne de persecución de esta ley los “vagos habituales, mendigos profesionales, rufianes y proxenetas, ebrios y toxicómanos, los que exploten a menores, enfermos mentales o lisiados, y los que tengan conducta de inclinación al delito, manifestada por el trato asiduo de maleantes y por la frecuentación de lugares donde estos se reúnen habitualmente”.




Desde nuestra visión de hoy, no deja de sorprendernos lo de los “vagos habituales”. Para empezar, en el artículo primero de la constitución de 1931, se define a España como “una República de trabajadores de toda clase”. La ley establecía, más que penas, medidas de alejamiento y retención de los individuos hasta que se determinara su “curación”. Para los vagos se preveía su internamiento en “establecimientos de trabajo, colonias agrícolas o casas de templanza” hasta que se transformaban en personas de provecho, laboriosas y útiles para la sociedad. En la práctica, este tipo de establecimientos no existían y los pobres diablos acababan en las cárceles, separados, eso sí, de otro tipo de reclusos.


La dureza de la crisis económica actual está sirviendo, entre otras cosas, para mirar con recelo a los que, proclives a la vagancia, trabajan poco y viven holgadamente. A los que cobran sueldos astronómicos trabajando lo justo, a los funcionarios improductivos y, más recientemente, a todo trabajador que aspire a jubilarse pronto y vivir ocioso el resto de sus días a cargo de la pensión del Estado.




 El caso es que, alienados como estamos dentro del discurso capitalista, entendemos el trabajo como lo normal a nuestra condición; nuestra obligación y nuestro deber. Esta teología de la productividad beneficia siempre a unos pocos; los demás somos el ejército de hormigas serviles. Las declaraciones de Aznar, hace un tiempo, avisando de que el tiempo de los holgazanes y la ociosidad habían terminado, evidencian las intenciones de la clase dirigente y lo que se nos viene encima. 


Parece que se va a resucitar el espíritu de la Ley de Vagos. A los pobres ciudadanos nos toca ahora exigir a los políticos que empiecen persiguiendo a los vagos de su propio corral; asesores, cargos de libre designación y funcionarios paniaguados.





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