Fue el mismo día que localizamos el asteroide, cuando se desató aquella tormenta, un infierno con vientos de 200 kilómetros la hora y un descenso súbito de la temperatura hasta los 40 bajo cero. La base polar crujía con un grito de dolor metálico y los laboratorios quedaron en penumbra, iluminados sólo con la luz de emergencias.
La Doctora Jefferson contemplaba la pecera donde aquel meteorito con forma de almeja gigante parecía enjaulado, el negro pulido de su superficie era tan intenso que deslumbraba. Ella analizaba una muestra de liquen, creyó que debería de haberse adherido al asteroide cuando se estrelló contra la tierra, pero había descubierto otros en una grieta del asteroide. Como una experta en botánica glacial, sabía que este este musgo era más propio de una selva que de un mundo helado y hostil como este.
-¿Quieres decir que ha traído vida de otro planeta?
- Los hechos hablan, nada importa lo que yo tenga que decir o que callar. Acaso crees que se han gastado todo este dinero para nada, no sólo tienen la certeza de que es un cuerpo astral sino que además saben que portaba algo de sumo interés, una forma de vida no tan simple como un liquen, cuando ha podido sobrevivir cruzando el Universo envuelto en una bola de fuego.
Jefferson tenía una intuición afilada capaz de sobrepasar las capas con las que la realidad oculta la misma realidad. Y si no la he entendido mal ya empezaba a sospechar que nuestra misión podía ser científica, pero acabar como un martirio estúpido. El Doctor Samuel apareció muy alterado y libido, contaba que dos de los cocineros habían huido de la base y muerto unos pocos metros más allá, el resto del personal de servicio yacían en el suelo boca arriba y sin pulso, con un hilo de sangre que brotaba desde sus parpados.
Jefferson, fue clara y concisa, aseguró que las muertes estaban ocasionadas por una hemorragia cerebral, como consecuencia de una infección letal cuyo origen está en el meteorito, además el virus ataca de forma selectiva. Jeremías Mos un experto en sistemas nerviosos del Centro Sinaí, asentía palabra por palabra, la tesis de la doctora y los demás no dejábamos de pensar si la palabra selectiva nos incluía o nos dejaba fuera y con vida.
Pasaron los días y la tormenta no amaino, empezaron los desencuentros por nuestra inutilidad para las tareas domésticas o por la comida que escaseaba y por otras muchas y pequeñas miserias. Además no habíamos logrado restablecer contacto con el exterior.
La Doctora Jefferson era la única que aún mantenía una disciplina, los demás permanecíamos apáticos e irritados, una noche nos confesó que sólo era cuestión de tiempo que nosotros también muriéramos, sí antes no lograban rescatarnos. No sería por la enfermedad que ha esparcido el meteorito, más bien por nuestra incapacidad para adaptarnos y empezar a resolver problemas sencillos.
Algo de esto le pasa a España, sí pide el rescate reconocería su incapacidad para salir adelante por ella misma, sino lo pide puede terminar averiguando cual es su verdadera capacidad.
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