Advierto de entrada que aquí no me refiero al miembro sexual del varón sino a su metáfora social y clasista. Los niños pìjos son una excrescencia de ciertas familias con poder económico que suelen vivir normalmente conectadas con el poder político. De ahí que cada régimen sea un muestrario de escuelas de pijería. Como el gran dinero no ha estado casi nunca en la izquierda, salvo corrupción y otras podredumbres, de ahí que los pijos vengan asociados a la derecha. Además, es la derecha la que huye de la “chusma encanallada”, para no mancharse el terno italiano. El pijo cuida el lenguaje. Durante el franquismo se publicó un reportaje que expresaba muy bien el escapismo elitista de esta aristocracia devaluada. Por ejemplo no dirán nunca facultad sino “facu”. Son tan cursis que para pedir fuego inventan una paráfrasis como “incinérame el cilindrín”. Han nacido como cansados, por eso anteponen el pádel al tenis. Se suda menos. Viven la mayoría de ellos en pisos de ochenta millones en las afueras selectas de la ciudad. Respiran seguridad: “estoy absolutamente seguro”, “no tenga usted la menor duda” son frases que forman el empedrado de sus conversaciones. Naturalmente, cuando esta banda conquista el poder hace pagar a la clase media baja las consecuencias de la crisis, mientras retrocedemos a viejos tiempos. Por ejemplo, vean con qué facilidad han prolongado 75 años más todos los desastres urbanísticos cometidos antes de la burbuja inmobiliaria. Les pirra el pasado. Si pudieran viviríamos siempre en el mismo siglo coleccionando legajos imperiales.
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