Esta mañana, de camino al trabajo, me he topado con un densísimo banco de niebla. No me ha sorprendido, la verdad. En esa zona, en las primeras horas del día y en esta época del año, es muy normal que florezcan buenos y fuertes campos de niebla. De hecho, la extrañeza me la habría provocado la situación contraria: que el mes se hubiera ido y la niebla no hubiera abandonado su escondrijo de piedra.
Esta mañana, a los pocos kilómetros de abandonar la autovía y seguir por la carretera comarcal, la espesura era tal que no me ha dejado más remedio que apartar el coche y detenerlo donde buenamente he podido. Para ser exactos, bien entrado un camino pedregoso que si tuviera que ubicar ahora mismo, dudo mucho que pudiera hacerlo con facilidad. En cuanto he perdido de vista las luces rojas del coche que me precedía y la niebla me ha engullido, se ha apoderado de mí esa sensación tan humanamente humana de estar a punto de caer por una grieta que conecta con el mismísimo infierno. Así que me he detenido, he salido del coche, he echado un vistazo a mi alrededor, he vuelto a entrar, le he dado volumen a la radio, he reclinado el asiento y así me he quedado un buen rato a la espera de que la carretera se dibujara de nuevo. Veinte minutos. Quizá treinta.
Cuando el tipo ha golpeado la ventanilla, porque es eso lo que ha ocurrido, que un tipo ha golpeado mi ventanilla, yo estaba centradísimo en la teoría que un economista se afanaba en desgranarnos en la clásica tertulia mañanera de la radio. Toc, toc. Un golpe más en el cristal y muy probablemente me habría provocado un ramillete de microinfartos y un sagrado ocular de consecuencias irreversibles. Vamos, que del susto me ha centrifugado los chacras. Sin bajar la ventanilla, le he hecho un gesto con la cabeza. Así que él, no exento de amabilidad, me ha pedido que la baje y me ha dicho más o menos esto:
Disculpe, esto es un camino privado. Aquí no puede quedarse. Más allá hay una estación de servicio. No creo que tenga problemas en llegar. Aquella de allí es mi casa, ésas son mis tierras y éste es mi camino. ¿Vale? Si quiere yo le indico para dar la vuelta. Llegado este momento ha hecho una pausa, ha mirado sus zapatos o el barro de sus zapatos y ha continuado hablando. ¿Te manda mi hermano? Es eso, ¿verdad? Pues le va a decir algo de mi parte. ¿Me está escuchando? Dígale que la próxima vez seré yo quien vaya a buscarle.
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