Ultimamente la Conferencia Episcopal se ha referido a los problemas morales que puede suscitar la independencia catalana. Una cuestión de tipo político que no es muy propia de los obispos. En el fondo los prelados vienen a coincidir con lo que predica el Gobierno, Y no deja de contrastar esta comunicación con el silencio eclesial sobre las consecuencias de la crisis. No me vengan ahora con la gran obra social y de primeros auxilios que está llevando a cabo Cáritas. Se les reconoce y lo aplaudimos pero hoy queremos referirnos a otra cosa. Que yo sepa no abundan las intervenciones evangélicas contra el paro ni contra los dolorosos recortes; callan sobre la educación y la sanidad públicas y más aún sobre los trastornos que origina una ley de dependencia que no se cumple. Se celebra ahora el medio siglo del Concilio Vaticano II, una gran idea mesíánica para recordarnos que la iglesia es esencialmente de los pobres. Si en aquel tiempo luchamos contra una iglesia conservadora que cantaba las excelencias de Franco, hoy topamos con algo semejante ante una Conferencia Episcopal que bendice los apretones socioeconómicos que está infligiendo el Gobierno del Partido Popular a las clases medias. Varios autores han llamado la atención sobre este silencio. Lo explican como una consecuencia más del triunfo de la derecha. Una vez despedido Zapatero con su ley de ciudadanía y sus presuntos adoctrinamientos ya no hace falta salir a la calle a protestar de nada. Lo ha dicho el historiador Julián Casanova: “(Los obispos) no reclaman políticas al servicio de los ciudadanos que se propongan la redistribución de los recursos sociales. El integrismo se impone. Y con la educación y las finanzas a salvo ¿para qué descender a los problemas mundanos?”. ¿No tiene la iglesia de los pobres nada que decir contra las grandes fortunas ni contra los defraudadores que llevan su dinero a los paraísos que el mismo Cristo maldijo?
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