Confieso que a mí mismo, por motivos que, si hago un análisis exhaustivo, no me parecerían racionales, hay ocasiones en las que la advocación a la fiesta nacional del 12 de octubre me parecía trasnochada, fuera de lugar. Grave error del que me arrepiento: despojada de sus significados franquistas, conectados con el -Día de la Raza- o, incluso, con el -Día de la Hispanidad-, dado que -Hispanidad- tuvo reminiscencias poco acordes con esta realidad que ahora vivimos, la jornada de la Fiesta Nacional me parece que tiene una importancia creciente. Sobre todo, en los tiempos que corren.Las naciones importantes son las que están orgullosas de su Historia, de su bandera, de su lengua, de su unidad, de sus costumbres y tradiciones.
Las que conmemoran su particular Día de la patria con los fastos e invocaciones adecuados. En España, sucesivos gobiernos democráticos han hecho esfuerzos más o menos acertados por cambiar las connotaciones antidemocráticas e -imperiales- de un 12 de octubre que lo mismo podía conmemorar el descubrimiento de América que la victoria de los insurrectos en la guerra civil, según el tono inflamado de los discursos del anterior Régimen. Pero ahora vivimos en una democracia, en la que los deseos secesionistas, bien que choquen con la legislación vigente, pueden expresarse y se expresan con libertad y a veces hasta con virulencia. En Cataluña, bajo el lema -Catalunya som tots-, se manifestarán este viernes en Barcelona quienes se sienten agraviados por las excesivas prisas independentistas alentadas por la Generalitat. Espero que no haya confrontaciones, como no las hubo en la gran salida a la calle de la Diada. También espero que no haya voces ultrapasadas de rosca que aprovechen la Fiesta Nacional para lanzar cascotes en la cabeza de -los catalanes-. O de las naciones hermanas de América Latina, o de algunos/as de sus gobernantes.
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