Dicen quienes entienden que la crisis y las políticas de austeridad están ensanchando la brecha de la desigualdad entre ricos y pobres. En este sentido, España ocuparía el primer lugar entre los 27 miembros de Europa. Antes de que nos cogiera por el cuello el gran tsunami financiero, la clase media baja disponía de una serie de compensaciones de tipo cultural. En los bancos solía haber un aula para la cultura. Las cajas de ahorros hacían lo propio promoviendo conciertos, conferencias. Los ayuntamientos repelaban del presupuesto para pagarle a la Pantoja en la feria. Hoy todos esos consuelos se han vuelto imposibles. Anímate a editar un libro. Como te acerques al encargado del aula y le pidas, por favor, un soplo en ojo, éste te dirá con cara de venir de enterrar a su madre: “Lo siento, no hay un puto duro.” Y lo mismo podríamos decir de la necesidad de conciertos, obras de teatro, recitales y hasta el mismo flamenco. Pero esto no es lo peor. Lo peor es el desdén con que nos trata el Gobierno. No recuerdo un discurso de Rajoy donde haya hecho la menor mención al estado de la cultura. Claro que después de cepillarse la educación y el I+D+I lo demás es cascaruja. Nuestro presidente vive de la obsesión de salvar a los bancos; no hay nada más urgente para él. Cuando queden como nuevos, ya contrataremos al Tío de la Pita para celebrarlo. Porque lo más grave es que para cierto sector de la derecha, la cultura no sirve para nada. No lo creyó así aquel héroe de la guerra serbobosnia que se ponía a tocar el violín en plena calle como ejemplo de paz hasta que, claro, lo mataron.
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