En ciertos sectores de la sociedad española no gusta demasiado que recordemos al franquismo. Dicen que es un régimen ya superado y que no tiene sentido estar todavía dándole vueltas a la posguerra y a la memoria histórica. Pero aunque han desaparecido muchos signos franquistas de nuestras calles y plazas, aún quedan los apellidos que se prolongan hereditariamente como los reyes de las dinastías egipcias. Al principio de la transición, tras la llegada de la UCD a La Moncloa, dudábamos si es que no se había acabado la Guerra Civil por la cantidad de apellidos que aún ocupaban las instituciones.
En realidad estábamos exagerando. No eran en realidad los apellidos de los padres vencedores sino los de sus hijos y nietos. La joven democracia no había madurado lo suficiente como para erradicar por completo el nepotismo, el compadreo, además del usted no sabe con quién está hablando, y fue así como se llenó la administración de gente sin oposición y sin pruebas objetivas. Bastaba llevar sangre de algún apellido reconocido del régimen.
Ahora por culpa de la crisis nos quejamos de la mucha grasa acumulada en las tesorerías públicas hasta el punto de que alguien ha exigido una cura de “adelgazamiento”. Vamos a ver ahora quién le pone el cascabel al gato, porque aquellos que hicieron una oposición para merecer su puesto, parece de justicia democrática que sigan siendo funcionarios, pero ¿qué hacer con los enchufado ideológicos?
Dirán que sus abuelos lucharon en el Ebro y que sus padres pertenecen al PP desde los tiempos de Fraga. ¡Para que luego digan que el franquismo está superado!
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