Asistí en Oviedo, como cada año, a la entrega de los premios Príncipe de Asturias. En ninguna ocasión adiviné tanto acento de preocupación en el tradicionalmente leve discurso del heredero de la Corona. España vive uno de los momentos más dramáticos de la Historia, dijo Don Felipe en un parlamento lleno de peticiones a la unidad entre los españoles, que tienen “una historia común” y que no deben dejarse llevar por el pesimismo.
Algo semejante, con pocas horas de diferencia, decía el Rey al término de su viaje a la India: fuera nos ven mejor de lo que nosotros nos vemos en el interior del país, señaló el Monarca, para quien es necesaria una ofensiva para levantarnos, aunque sea “con un cuchillo en la boca y con una sonrisa”.
En el acto del ovetense teatro Campoamor me quedé con la impresión de que, aun sin nombrarla, y sin citar apenas la unidad territorial el país, el Príncipe de Asturias se refería constantemente a Cataluña. Aseguran que, más aún que la crisis económica, en La Zarzuela preocupa esa crisis política suscitada por los esperados resultados electorales en el País Vasco y por lo que pueda derivarse de lo que ocurra en las urnas en Cataluña dentro de menos de un mes.
Hay, como no podría ser de otra manera, una estrecha coordinación entre lo que dice el Rey y lo que proclama su hijo. Como es lógico -confío-, esa ofensiva de la ‘marca España’, tan desvaídamente puesta en marcha desde el punto de vista oficial, también incluye lo que hace el Gobierno. No son solamente el Monarca y el futuro Felipe VI quienes miran con intranquilidad hacia, entre otros puntos, lo que ocurre en la campaña catalana; este domingo, Mariano Rajoy, presidente del Gobierno y del PP, endurecía el tono para referirse a la inútil marcha de Artur Mas hacia el abismo.
Sospecho que este de noviembre va a ser un mes lleno de mensajes cuyos destinatarios no son solamente, ni principalmente, los ciudadanos de la calle.
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