Las cosas no pintan como quería y Artur Mas empieza a matizar el recorrido de su órdago independentista. La encuesta del CIS en la que pronostica que CiU no alcanzará la mayoría absoluta aclara por qué Mas, en sus dos últimas apariciones públicas, ha empezado a dar marcha atrás. Hay otro sondeo que sí les otorga mayoría, pero fue elaborado por el CEO, un instituto demoscópico que tiene su cocina pegada a la "Generalitat" por lo que sus pronósticos resultan menos creíbles.
En cualquier caso, ni uno ni otro permiten avizorar la "mayoría excepcional" con la que sueña el presidente de la "Generalitat". Mas, en Bruselas, reconoció que ya no tiene tan claro que una Cataluña separada del resto de España pudiera formar parte de la UE. Más aún, en un rasgo de sinceridad, admitió que, de ser así, tendría que replantearse toda su estrategia. Posteriormente, añadió que quizá no pueda realizar la consulta que pretende. A dos semanas de las elecciones, ya no las tiene todas consigo y en un ejercicio de doble lenguaje propio de la casa, habla ahora de "no romper puentes" (con el denostado "Madrid"). No solo son los vaticinios de las encuestas lo que le aconsejan un punto de cautela. Hay más.
Los contactos entre empresarios catalanes y dirigentes de CiU son más fluidos que de costumbre. Sobre todo con los dirigentes de la Unió Democrática de Durán Lleida que es la otra pata de la coalición. Están muy preocupados. Con razón. Basta con pensar en dónde tienen su principal mercado y a quienes dirigen sus productos. CiU siempre fue el partido de los "botiguers" (los tenderos). Si la crisis les había instalado en el pesimismo -en Cataluña hay 850.000 parados y tres mil empresas han echado el cierre-, los planes de Mas ensombrecen aún más las posibilidades de salir adelante. Por eso están presionando para que las aguas vuelvan a la normalidad. El próximo día 25 saldremos de dudas.
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