La huelga

Al menos desde el siglo XIX, no sé si habrá tenido lugar alguna huelga en el mundo en que el poder político y el económico, sempiternos compañeros de viaje, no se hayan dicho para sí, bah, es un recurso inútil. Más le valiera a estos gandules pancarteros ponerse el tajo que así ganaría más el país. En ningún momento la patronal se plantea que la huelga nació como un último recurso para que el capital no fuera tan cruel con el obrero. No sé lo que sucedería en la edad de la piedra pero el hecho de que llamemos caverna a un tiempo en que no había sindicatos ni consejos de administración con representación laboral indica que aquella pacífica arcadia le gustaba a los amos. Por algo el lenguaje se ha quedado con la palabra para significar el no va más de la carcundia reaccionaria. Y ustedes dirán: eso de que habla usted es el pasado, ahora vivimos mucho mejor, los trabajadores gozan hasta de vacaciones pagadas. Es cierto que hemos hecho constituciones donde se habla de un Estado social y democrático. ¿Cómo puede explicarse que estando el pueblo español protestando en la calle contra la reforma laboral aparezca el ministro de Economía, señor Guindos, diciendo que no piensa mover una coma de la reforma laboral? A Zapatero también le montaron una huelga general, pero la derecha lo tomó como a guasa. La caverna mediática dijo que aquello era poco menos que una comedia para justificar los altos sueldos de los líderes sindicales. Lo cierto es que el PP ha ganados las elecciones por el constante martilleo de los cinco millones de parados. ¿No está puesto en razón que esos parados, que cada vez son más, tengan al menos el pequeño respiro de salir a la calle a protestar? Pues ni eso. Pierden el tiempo, según el pensamiento único.