La huelga del miércoles no es el problema. El problema es que el jueves España seguirá con la misma cifra de paro: más de cinco millones de desempleados, con la espada de Damocles del rescate, con las cajas de ahorros en la UCI, los bancos racaneando el crédito que las empresas necesitan para sobrevivir, con el Gobierno dando palos de ciego con recetas que de momento no ofrecen frutos, y con la oposición (el PSOE) pidiendo perdón por haber dedicado siete años a resucitar los fantasmas del pasado -en vez de cambiar la Ley Hipotecaria y con ella muchos desahucios...
Los únicos satisfechos serán los sindicatos porque habrán cumplido con el rito de la huelga sin pararse a pensar que no está el país para más conflictos. ¡Claro que hay razones para estar cabreados con el Gobierno y con la oposición! pero hay formas y formas de manifestar el desencanto. A menos de un año de una elecciones legislativas, convocar dos huelgas generales, a mi juicio, va más allá de lo que dicta el sentido común. Si la primera no hizo cambiar la política del Gobierno, la segunda tampoco lo conseguirá. Entre otras razones porque creo que Toxo y Méndez, los líderes sindicales, al plantear que la contrapartida para cancelar la huelga era convocar un referéndum sobre la Ley de la Reforma Laboral, la han hecho imposible.
La ley fue aprobada en el Parlamento por mayoría. Somos muchos los españoles a quienes no nos gusta la última reforma laboral (opino que se ha llevado por delante conquistas fruto de muchos años de lucha y sacrificios), pero una cosa es denunciar la ley, por injusta y lesiva, y otra, negar la legitimad del Gobierno para impulsar la mencionada reforma. Exigir un referéndum para no convocar una huelga es tanto como decir que el Parlamento no nos representa a todos. A ese juego (peligroso), no deberían prestarse quienes se consideran demócratas.
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