Querido y viejo amigo: Ya te veo, ya. Te has convertido en poco tiempo en el árbitro del buen gusto en esta sociedad que te homenajea sin cesar como si necesitara de tu nombre para hacerse ver ella misma por reuniones y cuchipandas. No falta tu puntillosa opinión en cualquier evento artístico. En lenguaje dorsiano, se diría que eres la gran reinona entre las formas que vuelan y las formas que pesan. No me extraña, por tanto, que te llamen como jurado en los mil concursos oficiales que se celebran a lo largo del año. Sin ser exhaustivo yo afirmaría que te he visto dando el premio al mejor capote de la feria; dando asimismo la medalla a la más elegante mantilla de la procesión de agosto, así como al más cuidado balcón florido del caso histórico. Y es que nada escapa a tu ojo de hurón del arte. Te ocupas de hacer la historia del gótico en la provincia e inmediatamente descubres un fósil de la edad de piedra. Ahora bien, nunca te he visto que digas media palabra sobre la crisis actual que nos está arruinado el alma y la vida. ¿En qué época vives? Tus compañeros de claustro salen ya a la calle a dar clase al aire libre para que el pueblo vea lo que está pasando con los recortes. A ti nada de este siglo te afecta. Pasas olímpicamente de todo y vives como si estuvieras embalsamado. Te dedicas a analizar novelas históricas que son las que se llevan ahora y a orientar a los jóvenes con el modo de escribir poesía que tenían los sumerios. ¡Qué compromiso, tío! ¡Qué bien pones al servicio de los pobres el tesoro de tu alto saber contemporáneo! ¡Anda y que zurzan! ¿Acaso temes que te echen de Bankia? Se anuncia una muerte de reptiles por consejo europeo, pero no creo que te despidan. Te necesitan para decorar artísticas quimeras para almas inocentes.
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