Estamos asistiendo a uno de esos procesos que invitan a la deshonestidad. Por un lado, la información de que la desastrosa gestión de algunas cajas va a ser paliada con un préstamo de 37.000 millones de euros que todos los españoles pagaremos a través de los impuestos, y, por otro, el desmoralizante desfile de los autores del desastre, que pasan afirmando lo bien que lo hicieron, enorgulleciéndose de haber gastado el dinero en construir un aeropuerto inútil y costoso como el de Castellón, o explicando, con cinismo ofensivo, que cambiaron un automóvil blindado de 500.000 euros, porque no era muy cómodo.
Esta pandilla de aprovechados, que obedecieron pastueñamente al poder político que los nombró, concedieron préstamos a quienes les indicaban, y se adjudicaron a sí mismos unas indemnizaciones millonarias, ganadas con su servilismo y obediencia, se marchan a su casa con todo el dinero saqueado y sin que les alcance ninguna responsabilidad, y aun jactándose de su desastrosa gestión. Gracias a ella, entre 10.000 y 11.000 familias, que tienen a un marido o un hijo trabajando en estas entidades, pasarán unas navidades desazonadas, porque saben que se van a quedar sin trabajo el año próximo.
Para los que viven sin escrúpulos, un plan de pensiones que les permite abordar el porvenir sin agobios. Y para los empleados a los que les ordenaron que colocaran las llamadas acciones preferentes, el paro. Las acciones preferentes fueron la estafa legal más monstruosa de los últimos tiempos. Más víctimas. Más damnificados. Siempre en las mismas filas. Lo escribió García Lorca en el Romancero Gitano, y parece una soleá que define la situación: "Ha pasado lo de siempre: han muerto cinco romanos y cuatro cartagineses". Los romanos y cartagineses que pagan la cuenta de los tunantes y de los golfos.
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