Los miembros del servicio de recogida de basuras se quejan, y con razón, del peligro que ha supuesto en los últimos días hacer su trabajo en algunas zonas de la capital por la presencia de grupos de descerebrados que apedrean sus camiones. Al igual que en otras ocasiones y en otras ciudades, la actividad de desocupados en estado de indigencia ética hace que se den casos de vandalismo, desaprensión y destrozo como los que denuncian estos trabajadores. Y francamente, si entramos en el, a mi juicio, innecesario debate sobre la atribución de responsabilidades por estos lamentables actos, creo que no cabría la más mínima duda en señalar a los que tiran las piedras como principales y únicos causantes del riesgo y la molestia. Bueno, pues no.
Según el Grupo Municipal Socialista, la culpa de los ataques la tiene la falta de policías. Uno entiende que los grupos de oposición están para ejercer, precisamente, el control y la crítica a los gobiernos, pero creo que este ejercicio no se vuelve menos riguroso si el sentido común prima sobre los colores, las siglas y las urgencias.
A lo mejor estoy equivocado, pero creo que la culpa de un apedreamiento la tiene antes el que tira la piedra que el que no manda a otro a poner escudos contra la pedrada. Esta particular forma de entender las culpas en el PSOE me ha recordado una anécdota que aparece en las memorias del embajador del Reino Unido en el muy franquista Madrid de principios de los 40, Sir Samuel Hoare, cuya legación diplomática era objetivo de frecuentes demostraciones antibritánicas organizadas por la Falange. En el libro, titulado “Misión en España”, se cuenta que las protestas se producían al son del grito “Gibraltar español” y solían acabar en copiosa lluvia de adoquines sobre sus ventanas. Cuenta el diplomático que en mitad de una de esas ocasiones el Gobernador Civil telefoneó cortésmente a la embajada para preguntarle si quería que le enviase más policías, a lo que él, flemático, respondió diciendo que se conformaba con que no le enviase más manifestantes. Bueno, pues creo que esa es la clave de este asunto: no más policías sino menos apedreadores.
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