No sé si vosotros acostumbráis a mirar y escuchar lo que no os incumbe. Escrito así y leído en voz alta suena bastante raro. Pero no hay por qué alarmarse. No es peligroso por ahora. Pongo algunos ejemplos prácticos para explicarme mejor. Llegáis a una cafetería, os pedís un té verde y acabáis con el tímpano, el estribo, el caracol y el martillo metidos en la conversación de esos camareros tan jóvenes y predispuestos a simplificar el mundo. Os sentáis en la parada del autobús, justo entre la mujer perfumada y el hombre de camisa de cuadros, y os ensimismáis en la vehemente conversación telefónica que ocupa a la chica de pelo corto y, además, negrísimo. Entráis en casa de vuestros padres, posáis la llave –que aún conserváis, por cierto- en el pequeño cesto del taquillón, os dejáis caer en el sofá, suspiráis con fuerza y os sentís seducidos por los tacones de la vecina del piso de arriba. Os levantáis muy temprano, os asestáis una ducha que va directamente a las sienes, desayunáis con desgana y esperáis a que vuestros vecinos –qué demonios le habrá visto ésa a ése- salgan de casa para coincidir en el maravilloso ascensor de las primeras horas del día. Al volver del trabajo, echáis un vistazo al buzón y, cuando el cartero ha deslizado un sobre que no os pertenece, lo abrís primorosamente una vez que habéis cerrado la puerta y las persianas de casa. Rastreáis en las distintas redes sociales los perfiles de los amigos, de los amigos de vuestros amigos y de los amigos que decidisteis que dejaran de serlo en algún momento grandilocuente de vuestra vida. Leéis en la sala de espera del dentista, del ginecólogo, del alergólogo, del urólogo, del dermatólogo y del psicólogo con todo vuestro sistema nervioso depositado en la mujer de mediana edad, con bolso de piel verde botella y paraguas casi sin estrenar que también lee una revista de curiosidades científicas. Os mostráis abstraídos en el tren, mientras intentáis leer el título de la novela que lee la estudiante de Historia del arte, sin dejar de ojear el portátil abierto del hombre con gafas de pasta y, a la vez, os mecéis con la música atávica que escupen los cascos del niño con sudadera, gorra y ojos saltones. Bueno, pues a todo eso me refiero cuando me pregunto si vosotros sois personas de mirar y escuchar lo que no os incumbe. Porque yo sí. Lo comento a modo de presentación. No vayamos a llevarnos sorpresas.
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