Nada como la poesía para que sirva de edulcorante entre los horrores que va dejando la crisis. Y no es que el poeta cante siempre tragedias de los hombres. Disponemos de un montón de antologías, de aquí y de allá, que ponen en evidencia la fineza del lenguaje en cuestiones de amor, de alegría, de felicidad, de rendida adoración por la belleza del mundo. Sin embargo, como quiera que no se puede hacer nada contra el tiempo irreparable, contra la muerte siempre inoportuna y sobre todo contra el mal inserto en nuestra naturaleza, la poesía hace de paño de lágrimas. Por un libro de versos que cante la vida, hay por lo menos cien que alivian el dolor, la finitud de las cosas y la necesidad que tenemos de soñar para transformar nuestro destino. Pero, como dice Juan Gelman: “con este poema no tomarás el poder/ Con estos versos no harás la Revolución” pero hay que sentarse a escribir. “La poesía, dice también el poeta argentino, es una forma de resistencia”. La navidad es un tiempo muy propenso para que todos vivamos de esa poética que viene del fondo de los siglos y que no nos resistimos a perder por mucho que la realidad haga de madrasta. A pesar del avance de la ciencia y del poder de la tecnología, la humanidad no deja de ser niña y una y otra vez se vuelve ante los misterios que nos rodean. También es cierto que desde los señores del dinero, la poesía pierde autonomía ya que se vende cada día menos, pero no podrán nunca con la libertad del individuo que, andando mal las cosas, siempre podrá aprovechar un papel para escribir en él sus penas y dolores. Papel que con Internet es posible extender por todo el cosmos. He aquí las cualidades terapéuticas y curativas de la poesía.
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