Este año, para muchos españoles, más que blanca, la Navidad se presenta triste. Son muchos los que trabajan en la función pública a los que se les ha privado de la paga extra y aún son más los que no tienen un empleo y por lo tanto viven con la precariedad instalada en sus vidas. Por no hablar de los pensionistas que también se han visto privados de la revalorización a la que obligaba un Pacto de Toledo que el Gobierno pasó por alto.
No se puede poner cara a cada uno de los españoles afectados por estas penurias, pero sí podemos saber cuántos son. Y son muchos. Si a los parados sumamos los pensionistas y los funcionarios obtendremos una cifra que ronda los doce millones de ciudadanos. Doce millones de voces que llegan a la Navidad con un reproche hacia quienes en nombre de la crisis están haciendo pagar a justos por pecadores. Porque, digámoslo pronto: la élite de las finanzas, los especuladores y operadores bancarios que llevaron al sistema económico español al borde del precipicio no solo no han asumido (y pagado) sus errores sino que creen tener derecho a una protección especial del Estado. Ahí están los cuarenta mil millones de euros que han llegado del BCE para sanear los pufos de las cajas de ahorro, un préstamo colosal del que se habla sobre sus efectos positivos pero del que nada se dice en términos de reproche hacia quienes nos han obligado a pedirlo. La tentación es pensar que el sistema está amañado a favor de una clase privilegiada que, pese a sus errores manifiestos, no paga por sus trapacerías. Ellos podrán seguir celebrando la Navidad sin problemas económicos. Los demás, los pensionistas, los parados o los funcionarios tendrán menos motivos para estar alegres. Son los "listos" que siempre se salvan de la quema porque pertenecen a una casta privilegiada que se auto protege. Los otros son los humillados de esta historia.
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