Hace algunos años, tuve la ocasión de pasar unas navidades en Egipto, en compañía de mis hijos y sus parejas. No queríamos huir de la navidad, sino visitar el país en una estación del año donde el termómetro no sube hasta los cuarenta y dos grados a la sombra a las diez de la mañana. A pesar de ello nos levantábamos a hora mucho más temprana que la de los pastores porque a las diez, el sol castigaba con esa fortaleza del desierto. Mi mujer decía que iba a ser sus primeras navidades sin estar rodeada de los símbolos habituales que nos han acompañado a todos desde que tenemos uso de razón, pero se equivocaba.
Nos encontramos con un nacimiento en el hotel en donde nos alojamos en El Cairo, y había un pequeño Belén en el barco que nos llevó un par de días por el Nilo. Recomiendo, pues, a los diputados del Parlamento español, que se han mostrado indignados porque en la página web del Congreso de los Diputados, el presidente don Jesús Posadas, ha puesto un motivo ilustrador navideño, y, con ello, los diputados dicen, se ha cargado la aconfesionalidad del Estado, que no viajen a un país como Egipto, confesionalmente musulmán, porque se encontrarán con los símbolos cristianos sin querer.
Hubo un ilustre tonto contemporáneo que decidió felicitar estas fiestas como "fiestas de invierno". Es decir, que toda esta conmoción que existe, desde Canadá a Tierra del Fuego, desde Islandia a Nápoles, se mueve en honor del Servicio Internacional de Meteorología, aunque la malévola Conferencia Episcopal nos quiera engañar como un motivo religioso. Hay algo mucho más pesado que un fraile empeñado en salvar tu alma: un ateo militante cometiendo estupideces. Con lo mayores que son, y lo que les quieren sus votantes, y todavía no han resuelto sus problemas espirituales. Por eso, arman el belén.
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