Ella dejó sobre la mesita de noche aquel acertado titulo, “En Gran central Station me senté y lloré”, que le había regalado quien sabía de su enamorada pasión por la lectura. Antes de conciliar el sueño, cerró los ojos y recordó aquel artículo del premio Nobel, Vargas Llosa, que había leído en un diario de gran tirada nacional. Casi lo había aprendido de memoria. Recordaba a Nicholas Carr, que estudió Literatura en Dartmouth College y en la Universidad de Harvard. Según el articulista, en su juventud fue un voraz lector de buenos libros, hasta que, como le ocurrió a toda su generación, descubrió el ordenador, Internet y los prodigios de la gran revolución informática de nuestro tiempo; se hizo un profesional y un experto en las nuevas tecnologías de la comunicación sobre las que ha escrito extensamente en prestigiosas publicaciones de Estados Unidos e Inglaterra.
Ana quedó estupefacta cuando leyó que el protagonista de aquel interesante articulo descubrió que un buen día había dejado de ser un buen lector, “casi, un lector, cuya concentración se disipaba luego de una o dos páginas de un libro, y, sobre todo, si aquello que leía era complejo y demandaba mucha atención y reflexión”. El relato era contundente: “Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto”.
Entre los desvelos de almohada, Ana recordó que Nicholas Carr, junto a su esposa, abandonaron sus dependencias de Boston, y se fueron a vivir a una cabaña de las montañas de Colorado, donde no había telefonía móvil y la red apenas llegaba. En aquel refugio, el protagonista del articulo de Vargas Llosa escribió “Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?”. Ana captó, por medio del articulo del premio Nobel, como es capaz la gente de hacer un mal uso de las nuevas tecnologías, y para ello se centró en el profesor Joe O´Shea quien afirma que “Sentarse y leer un buen libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es buen uso de mi tiempo, ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en Internet, los libros son superfluos”.
El premio Nobel debió de quedar atónito con semejante barbaridad, pues su contestación no puede ser más genial: “Lo atroz de esta frase no es la afirmación final, sino que el profesor de marras crea que uno lee libros sólo para informarse. Es uno de los estragos que puede causar la adicción frenética a la pantallita”. Ana concluyó la lectura mental del artículo. A la mañana siguiente, nada más levantarse, encontró a uno de sus hijos pegados al ordenador como un poseso. Pensó, entonces, que mejor habría amanecido su retoño con un buen libro, pues no por tener más información se posee mayor conocimiento.
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