Cada vez son más frecuentes los casos de personas que adoptan un permanente estado de detección y localización de motivos para la queja, el malestar y la protesta. Los motivos son secundarios frente a la intención de reconvenir y censurar el comportamiento ajeno. Lo que importa es dejar patente la disconformidad y el rechazo. La última prueba de esta campaña de alerta y crítica la estamos teniendo en un campo tan inocuo y cordial como las felicitaciones de Navidad. Por ejemplo, el presidente del Congreso de los Diputados se ha visto forzado a dar explicaciones por haber incluido una estampa religiosa en la felicitación institucional, cosa que ha puesto de los nervios a un grupo de diputados talibanes que no tienen problemas éticos en tomar vacaciones para conmemorar una fiesta de origen religioso, pero a los que les entra un soponcio si ven un portal de Belén en una tarjeta. Del mismo modo, el Real Madrid ha decidido retirar un vídeo con la felicitación de un jugador después de que las redes sociales se llenaran de comentarios hirientes sobre el pésimo inglés del futbolista a la hora de enviar su saludo navideño. Pero hay más casos, como el lío que ha montado la misión diplomática de Palestina en España al hablar en su felicitación del “nazareno palestino”, lo que le ha valido encendidas críticas. Y si esperan un poco, es posible que en los próximos días aparezcan nuevos ejemplos de esta batida contra todo y contra todos. Por mi parte, sólo puedo decir que agradezco y valoro cualquier felicitación hecha desde el afecto, con independencia del acierto en las formas. Paz en la tierra y buena voluntad. ¿O no era eso?
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