Estoy proclive a pedir perdón, perdonar también a los que me hicieron daño y no dejar de rezar por todos los seres de este mundo donde la sangre de los inocentes corre a borbotones mientras los ladrones lucen sus mejores galas.
Precisamente recuerdo que hoy -el día en que esto escribo- es Nochebuena: la primera en felicitarme fue Carmen Alcalde que, en tiempos pretéritos, leía un trocito pequeño del artículo en cuestión e inmediatamente me aplicaba un fragmento poético ad hoc: “me permite ser clara y elocuente y aunque tiemblo un duelo de oradores, escribiendo no siento esos temores, la pluma me vuelve más valiente”
Antonio Morales es un hombre de cuerpo entero que, de común acuerdo, se separó; quedo a los pies de la dama y muchas gracias por tu regalo.
A Antonio Uclés le robaron su infancia en tiempos del dictador; vive cerca de este romántico -pero no virtual- que, con 83 años espera y confía en que reine la Paz en todo el mundo. Me dijo que se iba a dejar la barba hasta que el Gobierno, por llamarlo de alguna manera, se disuelva en las calderas de Pedro Botero; más claro, en el infierno. Un hombre es Carlos Hernández que como actor e interlocutor no esperamos ni deseamos tenga ningún sustituto. Todos lo queremos mucho. Llega hasta mí: “Los niños tenían frío y las noches de diciembre eran cada vez más largas”
Francisco García es enhiesto como una palmera del desierto; su esposa y el, supongo que muy juntos, tuvieron un querubín de ojos negros y vivaces y cuando miré sus bonitas facciones me pareció oír de su boquita ¿Qué querr este viejo chalao ?
En esta Nochebuena escuché la voz fuerte y hermosa de Mercedes Soler y juntos hemos llorado por variadas causas.
Con mi dilecta amiga, Pilar Pérez Martínez, mantengo charlas telefónicas; ella sostiene con fuerza inusitada la bandera de la paz y del amor. Sebastián Alías con voz varonil me hizo revivir tiempos felices. Antoñita Jiménez, mi capricho.
Miguel Capel, Antonio Galera González, Manuel Rodríguez -vecino de ejemplar conducta- y Luís, mujer e hijos saben amar y ser amados.
Tengo dos médicos: la primera, Purificación Arqueros, cuida mi alma y mi cuerpo; es madre y abuela de Marina y cuando sale a relucir mi genio, que no mi ingenio, me regaña de tal manera que toda mi extensa familia la quiere. Otro médico lejos de mí pero siempre en mi corazón se apellida Fernández-Cuervo; fue acosado por muchas mujeres de espléndida belleza pero, cuando sus ojos varoniles y científicos se encontraron con Lola -o mejor, con la Maja Desnuda de Goya- esa fue la postrer estación.
Lina Hernández: tú no eres la última, eres sencillamente Tu y rezo por tu esposo y esa niña unigénita. Llámame.
Mi esposa, mi hija Magdalena y yo, como director de la Filarmónica de París, acordamos cenar de manera sobria pero en mi corazón estaban dos niños jugando y riendo que, en definitiva, son la ilusión de este viejo que sabe querer y en términos generales ser correspondido.
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