Casi treinta años después del congreso de Suresnes del que salió una nueva dirección del PSOE, desplazando a los ancianos del exilio en Toulouse, el partido fundado por Pablo Iglesias, que teóricamente cuenta con una militancia cercana al medio millón de afiliados -más de un diez por ciento se ha dado de baja en el último año y medio-, con cientos de sedes en toda España, que aún conserva la presidencia de dos comunidades autónomas y decenas de alcaldías de cierta importancia, se la juega.
Se la juega este 2013, abrumado por los sucesivos fracasos electorales, por los pésimos indicadores de las encuestas y por unas disidencias internas que van adquiriendo ya indudable relevancia y hasta cierto enconamiento. Y el caso es que el socialista parece ser hoy por hoy el único partido capaz de plantear una oposición seria a algunos planes del Gobierno de un Partido Popular que sigue considerando que ha revalidado su mayoría absoluta y aglutina, con su acción, la crítica de buena parte de los españoles, según los sondeos de opinión.
Resulta de enorme importancia para España que los socialistas recuperen su poder e influencia como principal partido de la oposición... o que llegue alguien, que aún no se vislumbra, a relevarlos: no sería el primer caso de virtual desaparición de un partido socialdemócrata europeo. Y el PSOE sabe, me parece, que no le quedan muchos meses para asumir el papel que les han asignado la coyuntura y la Historia.
Ya he dicho algunas veces cuánto me preocupó que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, no quisiese comentar las palabras del Rey cuando, en Nochebuena, pidió "política con P mayúscula". No menos me inquietó que el líder de la oposición, Alfredo Pérez-Rubalcaba, también tirase balones fuera. O ambos critican en su fuero interno el -atrevimiento- del jefe del Estado cuando pide mayores vuelos para la acción política, o son incapaces de reaccionar ante algo en lo que pienso que el Monarca sintoniza con una mayoría de los ciudadanos: pedir que se haga una política diferente a la cortoplacista, chata y rácana que ahora se practica por todos los partidos, por las instituciones y hasta, si usted quiere, por nosotros, los comentaristas de la actualidad.
He comentado muchas veces mi desaliento ante la inactividad de fondo -aunque la actividad, en las formas, sea mucha- del Ejecutivo de Rajoy, de quien, respetándolo mucho, aún espero un gesto de grandeza política. Sobre el PSOE se habla menos, quizá porque, exceptuando sus escaramuzas internas, da la impresión caso de que hubiese desaparecido. Lo cual, por cierto, es una apreciación injusta: cierto que tarde y mal, los socialistas están ahora -ahora- proponiendo cosas que debieron poner sobre la mesa cuando gobernaban.
Pero eso, y el recurso aludiendo a la -difícil situación heredada- del Gobierno Zapatero, no debería ser pretexto para que el Gobierno del PP no se ponga manos a la obra, estudie con atención algunas de estas propuestas, salga del inmovilismo -pero ¿quién le ha dicho a Rajoy que con esta Constitución, tal como está, aguantamos otros diez años?- y proponga un gran pacto de Estado.
Porque ni todas las recetas que el PP está aplicando son buenas -al menos, tendrían que convencernos de su bondad--, ni se puede descartar que existan otras ideas aprovechables al margen de las que nos ofrece el Ejecutivo de Rajoy. Creo que es el turno de Pérez-Rubalcaba: debería, pienso, ofrecer un programa de actuación, incluyendo una articulación de esas teoría federalista para nada articulada, tender una mano honesta a La Moncloa y, también él, ponerse manos a la obra, convenciendo a quienes fueron sus partidarios de que aún le queda vocación de gobernar. O, al menos, de que piensa poner en marcha cuanto antes el mecanismo de su sucesión, incluyendo unas prontas primarias -a la francesa-, en las que la población pueda votar entre él -si se presenta- y otros candidatos, que, en mi opinión, aún no están a su altura, o, al menos, han sido incapaces de comunicárnoslo.
Pensar, como parece pensar Rubalcaba, en que se pueden aplazar hasta el mítico 2014 los pasos internos a dar, me parece simplemente poco realista; eso consolidará el deterioro interno. Es algo semejante a la creencia de Rajoy de que, sin mover un músculo más allá de los parches que coloque en la piel del país enfermo, podrá llegar con bien al final de la Legislatura. Siempre he creído en la tesis de Einstein, que repetía que solamente las crisis son productivas de oportunidades, porque del éxito es de lo que se muere; pero no basta, claro, con esperar a que las oportunidades caigan del árbol. La responsabilidad que Rajoy y Rubalcaba portan sobre sus hombros es verdaderamente enorme. Asomado al abismo de este 2013, ya no estoy seguro de que sean capaces de afrontarla. Pero, si no, ¿quién?
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