Al otro lado del tragaluz de la ventana de la habitación número cuatro se erige con muda presencia una docena de farolas, cuya mortecina luz se confunde entre el último resplandor de la tarde de Reyes. El horizonte se pierde por un inmenso trazo que rompe la armonía del firmamento con los caprichosos accidentes orograficos de las sierras almerienses. Este horizonte abierto, lejano, contrasta con el de la escasa cuarentena de inquilinos de este centro de mayores, que marca con indiferencia el latido vital de cada uno de ellos y que en la mayoría de los casos es muestra de resignación, porque así lo ha dispuesto el destino. Un destino que propició, hace más de un año, un encuentro con Manuela, una vitalista mujer curtida por los golpes bajos de la vida.
De ella escribía ,un año atrás, en estas mismas páginas. Manuela nació y se crió en Melilla, anduvo en múltiples ocupaciones y residió en diferentes lugares de la geografía española, hasta que recaló en Almería. Hace mucho tiempo, no sabe cuánto, perdió el rastro a sus tres hijas (ahora ya conoce el de dos de ellas) y quedose sola. El infortunio y las heridas de la vida la arrojaron irremediablemente a la más deleznable de las indigencias, en la que conoció y padeció innumerables penalidades y fatigas. El deterioro físico, los arañazos del hambre y los zarpazos del alma la sumieron en un estadio final que fue frenado gracias a la actuación de los servicios sociales y sanitarios. Rescatada de las calles de la capital, la mujer permaneció ocho meses hospitalizada hasta que, recuperada, ingresó en su nueva casa, donde lleva más de un año. Cuando los últimos reyes magos visitaron la residencia, Manuela no tuvo pelos en la lengua y les echó en cara su falta de atención: “!Hace cuarenta años que pedí una muñeca y todavía la estoy esperando!¨
En la festividad de los Magos de ayer, mientras Manuela veía en la televisión una película sobre las aventuras de los protagonistas de la jornada, un anónimo Gaspar cumplió el sueño de la mujer y le entregó una preciosa muñeca. Manuela no pudo contener la emoción y dejó resbalar por sus veteranas mejillas un río de lágrimas que trataba de limpiar con sus manos, en tanto hablaba de su “Manolo”, un canario al que resucitó del mortífero ataque de un hamster , y de la frustración sufrida un día de Reyes de hace más de medio siglo, en la plaza de toros de Melilla, cuando los Magos le trajeron un juego de lotería, pero nunca la muñeca que ella añoraba. Varias décadas después, Manuela ha recuperado su olvidada muñeca, a la que ha bautizado como Laura María, el nombre de una de sus nietas.
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