La distinción y separación entre lo público y lo privado es un registro esencial a la hora de chequear la buena salud de los sistemas democráticos. Los ciudadanos no pecan de puntillosos cuando repudian a los políticos que pretenden conciliar los negocios privados con el ejercicio de la representación pública. El recordatorio viene a cuento de la polémica generada tras la última salida a escena de Esperanza Aguirre, expresidenta de Madrid, quien, tras pedir una nueva excedencia de su plaza de funcionaria en el Ministerio de Industria y Turismo (pero sin renunciar a la presidencia del PP de Madrid), anuncia que va a trabajar para una empresa catalana dedicada a la "caza de talentos".
Visto que por la encomienda política que retiene no percibe retribución alguna y establecido que la empresa para la que va a trabajar no ha tenido ningún tipo de relación con la Comunidad de Madrid, en principio, parece que el paso dado por Aguirre no se hace acreedor a reproche.
Cosa bien diferente era el caso de Juan José Güemes, antiguo consejero de Sanidad, que había fichado como consejero de los laboratorios (Unilabs) a cargo de los análisis de los hospitales de Madrid, un servicio que fue privatizado en sus tiempos de consejero. Superado el plazo de incompatibilidad, no era ilegal, pero ofendía a la estética y disparaba todo tipo de mecanismos de sospecha acerca de hipotéticas contrapartidas aplazadas, el propio Güemes lo ha entendido así anunciando que renunciaba a su puesto en el consejo de administración de la mencionada empresa. En fuentes próximas a La Moncloa se comenta que de las dos noticias que han dado pie a la polémica, solo una habría complacido a Rajoy. Respecto de la otra, es notorio que hace tiempo que su protagonista va por libre tomando sus propias decisiones. Aunque en la política son pocas las cosas que se pueden afirmar con carácter definitivo, al optar por el mundo de los negocios, Aguirre emprende un camino que la aleja de la línea del coro sobre la que están encendidos los focos que hoy recortan las figuras de sus dos más reconocidos rivales dentro del partido: Mariano Rajoy y María Dolores de Cospedal. Dado el paso que ha dado, a medio plazo, puede que renuncie a la presidencia del PP madrileño. Como les ha pasado a José María Aznar y a Felipe González, descubrirá que hay vida fuera de la política que incluso puede ser placentera.
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