Acabo de leer Diario de invierno. Anoche lo terminé. Es uno de los últimos libros del escritor Paul Auster. Lo cierto es que me lo compré hace ya algún tiempo, pero no me decidí a hincarle el colmillo hasta que me entregué a la lectura de Aquí y ahora, la correspondencia cruzada entre Paul Auster y J. M. Coetzee, y a la que, en unas semanas, tengo pensado dedicarle uno de estos artículos. En una de las cartas que aglutina este volumen, el escritor norteamericano dice que ha abandonado la escritura de un libro cuando ya lo tenía en una fase bastante avanzada. Aquello le inquieta. Le produce cierta desazón. Tanto es así que llega a preguntarle a Coetzee si él se ha visto en una situación semejante a lo largo de su larga y honda carrera literaria. Lo cierto es que, para sorpresa mía, poco después se puede leer en otra carta que ya está escribiendo otro libro. Y un poco más adelante, que ya lo ha terminado. Por la información que da, se puede deducir que es Diario de invierno. Y el tiempo que transcurre entre el abandono de un libro y el punto final del nuevo no sobrepasa los cinco meses. ¡Cinco meses! Y esto es precisamente lo que me lleva a pensar, mientras reprimo mis ganas de arrojar el portátil por el balcón: joder, qué capacidad de producir literatura.
Como digo, anoche terminé de leer Diario de invierno. No pude contener el deseo de comprobar qué era capaz de idear, escribir y corregir este hombre en un plazo de cinco meses. Y a decir verdad, aunque me ha parecido un libro irregular, tal y como me lo parecieron algunos de sus últimos títulos, creo que tiene algunas páginas memorables. Estoy hablando de una parte muy concreta del libro. Aquella en la que el narrador enumera y se adentra en cada una de las casas donde el personaje principal, un “tú” que viene a ser el propio Paul Auster, ha vivido a lo largo de sesenta y tantos años. Veintiún domicilios permanentes, los llama él. Porque mientras estoy leyendo y me dejo seducir por cada una de las habitaciones y de sus ruidos, de los crujidos del suelo y los planes de futuro, de las equivocaciones y las segundas oportunidades, empieza a quedarme claro que para escribir según qué cosas lo de menos son los cinco, ocho o doce meses que inviertes en la tarea. Entonces no me queda otra que buscar mi cuaderno, tomar nota y encajar el golpe. Sobre todo eso: encajar el golpe.
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