La izquierda de este país siempre tiene sobre su cabeza, y para su propia humillación, algún escandalillo folclórico de patio de vecinos. Es comidilla humorística de las clases conservadoras en las largas y monótonas tardes del casino. Y es aquí donde se va cociendo esa tontería sociológica de que todos los partidos son iguales. Por poco que haya leído, hasta el portero del cine sabe que la izquierda ha contribuído a la justicia social durante siglos, de no ser así aún estaríamos gobernados por las leyes de la esclavitud. Por eso me escandalizan algunas cosas que ocurren (ocurrieron) en el PSOE. Seis millones de parados, el PP y sus presuntos sobres, negros nubarrones sobre el déficit, la amenaza soberanista, bueno, pues a alguien se le ha ocurrido que los 3.000 euros que le pagaban a Amy Martin por sus artículos podrían dar mucho juego en la lucha diaria de saber qué partido es más corrupto, si la derecha o la izquierda. Estoy asombrado, la verdad. Pero, ¿cómo el PSOE puede pagar a ese precio un escrito del que ni siquiera sabían quién era el autor? Un Premio Nobel pase. Una autoridad mundial en determinada materia, pase. Pero ¿quién es Amy Martín? ¿Una trampa literaria? ¿Una entelequia? Al lado de la lucha obrera y su contribución de sudor y sangre por un mundo más igualitario, esto de los 3.000 euros resulta un doloroso sarcasmo. He aquí el talón de Aquiles del socialismo. Sus ideales, su patrimonio moral que nadie puede escarnecer, su éxito como esperanza de la clase media baja, quedan todos los días en segunda línea. La finalidad escondida (al menos para el partido contrario) es que nada se entienda, que no se distingan las voces de lo ecos, que signifique igual Manuel Fraga que Pablo Iglesias. ¡Embaucadores!
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