No es preciso pertenecer a las élites intelectuales: basta haber estudiado con honestidad el bachillerato, y tener algo de sentido común, para comprobar la cháchara insustancial de nuestros políticos, sus temas de conversación, la comparación de sus sueldos, el chapoteo en las murmuraciones y sospechas, es decir, esta cháchara de patio de vecindad, para notar la desalentadora sensación de que, si estos preclaros dirigentes son los que van a marcar el rumbo de los tiempos que vivimos, es que han desaparecido los capitanes y estamos en manos de grumetes que se han creído que son auténticos los inesperados y circunstanciales galones que llevan en la gorra heredada.
En medio de una crisis ética, económica y social que va alterar el equilibrio en el mundo, contemplar el vuelo bajo de nuestros líderes es pensar que no sabemos si seremos buenos siervos, pero está claro que no hemos tenido suerte en los señores que nos mandan. Un adánico Rubalcaba, inventando un comando dictatorial anticorrupción, en contra de todo el ordenamiento jurídico, y un protector de ministras que anteponen su carrera y sus intereses personales a los de su partido y de España. Unas pruebas que iban a remover los cimientos de la democracia, y que vienen a ser lo que te diría cualquier notario: que una fotocopia sin fe notarial tiene la misma solvencia que una fotocopia hecha en la tienda de la esquina. Y un técnico del Instituto de Tecnología de Massachusetts demuestra la inmensa gilipollez de las sillas especiales para niños en los automóviles, mientras aquí, en España, Tráfico obligará a rascarse el bolsillo para que, ahora, las sillas vayan contra la marcha. ¿Por qué no prohibir que suban al automóvil y dejar que se maten en el autobús escolar, dónde ni siquiera es obligatorio el cinturón? Vuelo bajo, ideas vulgares, comisiones vulgares, razones vulgares, dinero vulgar...
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