Hacer de la debilidad una norma de actuación permanente sólo conduce al fortalecimiento de los más viles. Y es que el cagonismo preventivo nunca ha sido una herramienta de futuro, porque no se puede apaciguar con silencio y claudicación a quien sólo ve en esa actitud el hueco por donde seguir colando y agrandando su envalentonamiento. Por lo tanto, el Rey seguirá siendo pitado y humillado en cada recinto deportivo al que acudan seguidores radicales de clubes tolerantes con esa actitud mientras que las autoridades deportivas y gubernativas no reaccionen y suspendan los partidos en los que se insulte al Himno Nacional, a la Bandera de España o al Rey. Los mismos organismos que no dudan en sancionar a un jugador por llamar “sinvergüenza” a un árbitro no pueden mirar hacia otro lado cuando parte de los espectadores de un estadio protagonizan un rebuzno coral y hacen proclamas de apoyo a grupos terroristas, como ha pasado recientemente en la final de la Copa del Rey de Baloncesto celebrada en Vitoria, para mayor escarnio en un pabellón dedicado a la memoria de un consejero socialista del Gobierno Vasco asesinado por ETA. Ultrajar a los símbolos nacionales en los momentos solemnes no puede acabar convirtiéndose en un deporte en España, salvo que desde el silencio y la tolerancia se quiera dar alas a los que, por cierto, jamás permitirían escarnio semejante contra los símbolos que ellos consideran como más propios o representativos. Que en los prolegómenos de una Final se reproduzcan estos espectáculos bochornosos significa que, con independencia del resultado, quien pierde es España. Qué pena y qué vergüenza de país.
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