Terminó el gran debate parlamentario, pero los problemas siguen. Sigue en niveles insoportables el paro; sigue en recesión la economía; siguen los conflictos laborales derivados de los expedientes de regulación de empleo y siguen las sin respuesta las grandes preguntas acerca de los casos abiertos de corrupción (Bárcenas, espionaje en Cataluña, ERES en Andalucía, Urdangarín, etc) pero, apagados los focos de la televisión, la clase política retorna a la rutina. Aquí no ha pasado nada.
La opinión más extendida es que Rubalcaba perdió la oportunidad de noquear al campeón pese a llegar éste tocado por el "caso Bárcenas. El líder de los socialistas tiene un problema: está al timón de una nave cuya tripulación anda ya buscando otro piloto para la nueva singladura. Subió a la tribuna con esa debilidad que uno de sus contramaestres, Pere Navarro (PSC), quiso hacerla explícita lanzando, sin previo aviso, el torpedo que supone pedir la abdicación del Rey. Navarro, le robó el protagonismo y le obligó a bizcochar la traca con la que tenía previsto finalizar su discurso renovando la petición de dimisión de Rajoy. Sobre la marcha y con buen criterio, rectificó el tiro. Debió pensar que pedir en el mismo día la abdicación del Rey de España y la dimisión del presidente del Gobierno, era tensar demasiado las cuerdas del violín arriesgándose a desafinar. Quizá por eso, perdió el debate pese a la razón que vendría a respaldar sus críticas a la reforma laboral aprobada por el Gobierno: desde que se publicó, otras 900.000 se han quedado sin trabajo. Y estamos en puertas de los seis millones. Terminó el debate, pero los problemas siguen.
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