El deber

El deber

Isaías Lafuente
21:34 • 24 feb. 2013

Hace una semana, en el discurso del Estado de la Unión, Barack Obama dijo que su gobierno "no debe hacer promesas que no puede cumplir, pero tiene que mantener las promesas hechas". Lo afirmó un día después de que Rajoy proclamase su último mantra, repetido en el Debate del Estado de la Nación: él ha incumplido sus promesas electorales, pero ha cumplido con su deber. El presidente debe de sentirse muy orgulloso del hallazgo, vista su reiteración, aunque la frase evidencia una concepción desviada y muy peligrosa de la democracia, un sistema político en el que el principal deber de los gobernantes es cumplir los compromisos que les llevaron al poder. Esta nueva formulación del contrato político no es sólo grave para la imagen del actual presidente sino que es el caldo de cultivo ideal para que prolifere la desafección política de los ciudadanos y se abran hueco propuestas populistas. Rajoy dejó palpable en el debate que el abrumador apoyo parlamentario es inversamente proporcional a sus debilidades manifiestas. Esgrimir como razón de su viraje el descubrimiento de la gravísima situación a la que España se enfrentaba cuando la estuvo proclamando a los cuatro vientos durante cuatro años no es de recibo. O no se enteraba de lo que él mismo decía o mintió. Promover un gran pacto contra la corrupción sin articular la mínima autocrítica sobre la situación crítica de su partido no parece la mejor manera de inspirar confianza en la propuesta. Anunciar una segunda generación de reformas que irá cumpliendo "en la medida en que las circunstancias lo vayan permitiendo" tampoco anima mucho. Y deslegitimar el discurso de su adversario echándole a la cara el pasado de su partido no es la mejor manera de hacer pedagogía democrática. Rajoy fía su futuro inmediato a su sólida mayoría parlamentaria y a la debilidad de quien desde la oposición podría plantarle cara. Y confía en que una recuperación económica en los próximos tres años haga olvidar a los ciudadanos las promesas incumplidas, convencidos repentinamente de que el fin justifica los medios. Pero las cosas no funcionan así. La revisión de cómo acabaron sus mandatos González, Aznar y Zapatero, por despreciar la talla del adversario, por mentir a los ciudadanos en un momento crítico, o por considerar, como él lo hace hoy, que el deber mesiánico puede pasar por encima que el cumplimiento de lo prometido, puede proporcionarle pistas.







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