Los que hemos vivido la ciudad de Almería cerca de sus playas, y especialmente los que lo han hecho en la Ciudad Jardín, de escarpias se nos pone el cabello cuando oímos hablar del mineral de hierro y del caballo de Zane paseando por nuestras calles. No creo que nadie esté en contra de que abran las minas de Alquife. En Almería no he leído ni escuchado un comentario en ese sentido. Unos cientos de puestos de trabajo no le vendría mal a la zona granaína del marquesado, como no lo estaría en alguna almeriense. Yo no estoy en contra de la puesta en marcha de la mina. Ni siquiera nuestros ecologistas, tan puntillosos ellos cuando de otros proyectos se trata en Almería, se han opuesto a la apertura. Que las abran, que creen esos miles de puestos de trabajo de los que habla la empresa, que ganen todo el dinero que puedan, que se conviertan en la zona más rica de mundo. Se lo tienen merecido. ¿Ha quedado claro? No he oído ni a un almeriense que no quiera que se abran las minas de Alquife. Con lo que no estamos de acuerdo muchos almerienses (no se puede hablar del cien por cien) es que ese mineral discurra por nuestras calles como lo hacía hace unos años para amargo recuerdo de todos nosotros. No queremos trenes de mineral por la capital camino del puerto. Y quisiéramos que lo entendieran los vecinos de Alquife. Nos aseguran que se va a soterrar el tren hasta el puerto. Bien. Que lo hagan, Que soterren el tren hasta los dominios de la señora Cabeo y luego hablamos. Mientras, no nos creemos todas las promesas que nos cuentan los políticos. Mientras, no queremos el mineral por nuestras calles. ¿Vale?
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