Fantasmas

Fantasmas

José Luis Masegosa
22:35 • 03 mar. 2013

Asistimos, de un tiempo a esta parte, a un sinfín de acontecimientos y de sucedidos que pareciera que el mundo camina al revés, que el sentido común anda de vacaciones. Disparate tras disparate, dislate tras dislate, los titulares de la actualidad aminoran nuestro ánimo, menoscaban los pilares de la condición humana y abocan nuestra existencia a confusas conclusiones.  Si cada jornada detuviésemos  el vertiginoso devenir que nos atrapa y nos dejásemos llevar por el raciocinio que como seres humanos se supone que debemos poseer y, consecuentemente, usar, nos daríamos cuenta de la ingente cantidad de estupideces que cotidianamente hemos de soportar en cualquier rincón de nuestra vida; nos percataríamos de la banalidad de los mensajes que recibimos desde las instituciones, de las organizaciones de toda índole, y, por supuesto, desde las plataformas que sirven a estos agentes, es decir, desde los medios de comunicación que, entre otras razones, para eso están.  No estaría de más realizar una encuesta sobre las barbaridades, las idioteces, las sinrazones y los despropósitos que a lo largo del día nos atosigan. Y no se trata, tampoco, de que tengamos una obsesiva pretensión de perfeccionamiento y de corrección en todo. Argumentos e idearios razonables, lógicos y coherentes, por suerte, también habitan entre nosotros y entre quienes los crean.


Palabrería


Tal vez la actual coyuntura contribuya al incremento de frases y mensajes y, consecuentemente, se incremente la probabilidad de discursos vacuos ante la abundante palabrería que ocupa a la clase pública. En el marco  de uno de los muchos conflictos laborales que proliferan en nuestra geografía, me cuentan que cuando un responsable público provincial quiso interesarse por el estado de los usuarios de un geriátrico, cuyos trabajadores se hallaban en huelga, una de las residentes, de  avanzada edad, respondió con un relato. Según el cuento, una joven soñó que caminaba por un extraño sendero campesino que ascendía por una colina hasta un hermoso palacio de mármol. La muchacha no pudo resistir la curiosidad y llamó a la puerta que abrió un anciano de nívea barba. En el momento en que la mujer comenzó a hablar con el inquilino del palacio despertó. El sueño se repitió  varias noches consecutivas. Unas semanas más tarde, cuando la joven viajaba en su coche se tropezó con la senda de su sueño. Detuvo el vehículo, presa de una gran excitación se encaminó por dicha vereda hasta llegar al palacio, cuyos detalles menores recordaba con precisión. Como en el sueño, llamó a la puerta y abrió el mismo anciano. La joven preguntó que si se vendía la mansión. El yayo respondió que sí, pero que no se la recomendaba porque un fantasma frecuentaba el palacio. ¡Un fantasma!, exclamó la mujer, para preguntar a continuación: ¿Y quién es?. Usted –dijo el anciano-, y cerró suavemente la puerta. 




 


 




 





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