EEn el capítulo XXI de la segunda parte del «Quijote», tiene lugar el engaño del enamorado Basilio, quien finge estar herido de muerte para conseguir la mano de la bella Quiteria. La boda de esta con el rico Camacho, tras la farsa, toma un nuevo rumbo y Basilio consigue su deseo: casarse con Quiteria. Ante tamaño dislate, Don Quijote, tras reconocer que en la guerra y en el amor se han de tener por buenos los embustes y marañas que se hagan para conseguir el fin que se desea, afirma, en el capítulo siguiente, que «no se pueden ni deben llamar engaños los que ponen la mira en virtuosos fines». Ante tal opinión de nuestro caballero, se nos ocurre pensar si no debería haber incluido junto a la guerra y al amor, la política, so pena de que la diera por contenida en el término guerra.
Es evidente que los políticos utilizan las más dispares estrategias para camuflar la realidad, hecho al que vamos a denominar enmascaramiento lingüístico. De ello, ya vimos un ejemplo en el artículo anterior: los doce sintagmas empleados por Zapatero para evitar el vocablo crisis, en 2008.
A finales de octubre del año pasado, cuando se dieron las cifras del paro y este, por primera vez en democracia, alcanzaba el 25%, cifra dramática, la ministra de Empleo y Seguridad social, Fátima Báñez, dijo, entre otras ‘lindezas’, que nuestra economía daba señales esperanzadoras, porque los datos «muestran una desaceleración en el desempleo», frase esta última con la que pienso que quería decir que el paro había crecido si bien menos de lo esperado. Sin embargo, su construcción, menos entendible que la mía, se prestaba más a la ocultación de la realidad.
En los últimos días de junio de 2011, en el “Debate en torno al Estado de la Nación” Zapatero se expresaba así:
Esta es, señorías, la situación en que se encuentra la economía española. Crece, a diferencia de algunos países europeos que han sufrido en mayor medida las crisis de las deudas soberanas, lleva cinco trimestres consecutivos haciéndolo a un ritmo progresivamente superior, y así prevemos que siga en los próximos meses. Pero crece menos que las grandes economías europeas y menos de lo que necesitamos para reducir de forma consistente el desempleo. Crece sobre todo gracias al empujón del sector exterior, de las exportaciones y del turismo, y no lo hace más por la debilidad de la demanda interna [Zapatero 2011].
¿Cómo habría que preocuparse con una economía que crece? Se enmascara la realidad cuando se oculta la verdad, se disfraza lo feo de bonito o neutro, cuando se esconde mediante vaguedades los problemas graves o cuando, directamente, mediante embustes y marañas se miente. Uno de los mecanismos empleados para esta distorsión es el eufemismo, proceso que conduce a evitar la palabra con que se designa algo molesto, negativo, sucio, inoportuno, etc., sustituyéndola por otra expresión más agradable.
En nuestros días, dos términos, entre otros, se disputan el espacio político: ajustes y recortes; el primero lo emplea el poder desde el Gobierno; el segundo, todos los demás. El primero es un eufemismo del segundo. Para conseguir tal efecto, se recurre a mecanismos diferentes, de los cuales vamos a ocuparnos de tres: lenguaje atenuado, del que hablaremos en este capítulo, lenguaje redundante y lenguaje vago, de los que trataremos en el próximo.
El lenguaje atenuado es el más conocido y comentado por la ciudadanía y los medios de comunicación. No es lo mismo decir inseguridad ciudadana que criminalidad; conflicto laboral que huelga; reajuste de precios que subida de precios; flexibilidad de plantilla que despido, etc.
Según Pedro Luis Barcia, titular de la Academia Argentina de Letras, estas expresiones o eufemismos en lo político y económico toman fuerza a partir del siglo XX, cuando asesores al servicio de los gobernantes comienzan a sugerir que las cosas se denominen de manera más indirecta para que no sean tan contundentes. Se reflexiona bastante para la designación engañosa tapadora de la realidad.
Recordemos que durante la dictadura de Franco, la palabra huelga no era bien aceptada, por lo que, en los medios de comunicación, la denominación semántica utilizada era sumamente variable y eufemística: “conflictos colectivos”, “anormalidades laborales”, “inasistencias al trabajo”, “ausencias injustificadas”, “paros parciales”, “abandonos colectivos”, “paros voluntarios”, “irregularidades laborales”, “fricciones sociales”, etc.
En nuestros días, el copago ya no es ni copago, ni repago, es como dice Soraya Sáenz de Santamaría un “recargo temporal de solidaridad”. Además, las prestaciones sociales (los servicios de toda la vida) no se recortan ni se eliminan, solo se racionalizan, se ajustan o se reestructuran.
Tales malicias ya forman parte de nuestra vida.
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