Quienes nacimos en los primeros 60, lo hicimos en un país que, en materia de igualdad, salía de la Edad Media. La mujer era mero apéndice del hombre, con una consideración civil semejante a la minoría de edad, y muchos ámbitos aún estaban vetados porque, como el brandy Soberano, eran "cosa de hombres". Crecimos con cuentos en los que las protagonistas femeninas o eran princesas pánfilas o madrastras malvadas, con algunas excepciones de heroínas valientes que solían terminar en la hoguera, camino de los altares. En la tele, los payasos recordaban a la pobre niña que no podía ir a jugar porque tenía que planchar. Pero cada 8 de marzo, las estadísticas, como una bofetada, nos demuestran que la plena igualdad legal aún no se ha materializado en igualdad real. Y con una frecuencia superior a lo soportable escuchamos voces como la del diputado Toni Cantó presentando al hombre como víctima de las políticas de igualdad y frivolizando con la violencia de género, o la de el dirigente socialista Jesús Ferreira, mandando a hacer punto de cruz a la ministra de Empleo, o la de María Dolores de Cospedal, haciendo un discurso más trasnochado que el machismo que pretende denunciar, o tenemos que taparnos la nariz al ver como el PSOE pacta una moción de censura en Ponferrada con un antiguo acosador. Lo que nos demuestra que el machismo es persistente.
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