De niño los miedos típicos, el tío del saco, el coco, la bruja, los fantasmas, etcétera. De joven, las drogas, los traficantes de estupefacientes, las enfermedades raras, las malas compañías, los predicadores de falsas utopías. Ya de mayor, los espías. Si caías bajo la influencia de alguna iglesia estaba también el demonio en su infinidad de nombres puesto que el padre de la mentira adopta muchas encarnaciones. Me lo decía mi padre, no te hagas de ningún partido porque allí nunca se sabe la verdad. Allí lo que parece no es. Primero tienen que convencer al pueblo de que son los más altruistas, ya que no les gusta el dinero; luego cuando se les descubre algún defectillo, montan la intemerata para el juego del “tú más”. Al final del franquismo deberían los espías ya andar un poco aburridos. Recuerdo que el poli don Enrique, a quien el gobernador le mandaba investigar lo que estaba pasando, venía a los periodistas para que les dijéramos algo que llevar al palacio de la primera autoridad de la provincia. Cuarenta años de perseguir a los rojos aburre a cualquiera, así que hubo veces que tomábamos café juntos, espías y gente venida de “la canalla”, como decía Franco. Lo que nadie imaginaba es que tras otros cuarenta años de transición, con una constitución que pregona las libertades, tuviéramos un Estado casi policial con espías hasta en el cuarto de baño. Y no diga el PP que es el partido más transparente porque resuenan los espionajes en Madrid con Aguirre y ahora con Rajoy sobre Bárcenas. A este paso tendremos que convivir con el espía, llevarlo al fútbol y hacer con él la ruta de la tapa. La gente se queja de que hay mucha separación entre políticos y ciudadanos. La razón es que no nos enteramos de lo que pasa nada más que por los espías. ¡Trabajillo tienen los jueces!
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