Me contaba Paco Fernández Ordóñez, a poco de ser nombrado Ministro de Hacienda, que lo peor del cargo era que para cumplirlo con rigor había que caer antipático a todo el mundo, incluidos los compañeros de Gabinete, y que se debía tener un cuidado exquisito con las bromas. Cristóbal Montoro, nuestro Ministro de Hacienda, cumple a la perfección con el primer requisito, y cae antipático a todo el mundo, incluidos los colegas del Gobierno y, según escucho, también al mismísimo presidente.
Sin embargo, no guarda la debida prudencia con las bromas, la última de las cuales consiste en asegurar que si se pone un impuesto a los bancos no lo van a pagar los clientes. La vida bancaria, según Montoro, consiste en que cuando le pones un impuesto al banco, el banquero reúne a la familia y les pide dinero para poder pagarlo. Al banquero no se le ocurre ni aumentar la tarifa en los servicios, ni subir el interés de los préstamos ni bajar el ya magro porcentaje que abona por los depósitos en ahorro.
Es decir, que los banqueros, según la visión meliflua que aparenta tener Montoro, son unos perfectos gilipollas. Pero si tenemos en cuenta que estos gilipollas -según Montoro- nos han sacado a los españoles 38.000 millones de euros, llegaremos a la conclusión de que son todo lo contrario: unos tipos muy listos que no se andan con bromas, al contrario que Montoro. Me extraña que cuando se recibieron los 38.000 millones de euros con destino a los fracasados banqueros, de los que los contribuyentes de este país somos responsables subsidiarios a la fuerza, Montoro, con ese sentido de la befa tan chirigotero, no exclamara al más puro estilo Alfonso Guerra: "¡Todo para el pueblo!". Su asesor en chanzas dejó de pasar una oportunidad que esperamos no vuelva a repetirse.
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