Las quejas de regidores y responsables turísticos por la presencia de reporteros en Aguamarga durante las vacaciones de Semana Santa para obtener imágenes de una princesa sueca (perdonen que no me levante ahora a mirar el nombre de la muchacha) abren uno de esos debates circulares que no tienen final posible, pero que sirven para entablar animadas charletas. No seré yo el que defienda corporativamente al gremio de los teleobjetiveros furtivos y su paciente labor de caza. Sin embargo, creo que no hay que cebarse con el poco apreciado colectivo de los paparazzi porque, por mucho que se quejen ahora alcaldes y gerentes por su misión de avistamiento y arponeo fotográfico de la realeza escandinava, lo cierto es que gracias a esas fotos se ha puesto por unos días a Aguamarga -una localidad que vive por y para el turismo- en el escaparate de la promoción para millones de personas. Y encima gratis total. Puede que ahora haya muchos que quieran hacerse los dignos y despotricar de los fotógrafos emboscados, pero si se pusieran a calcular cuánto les habrían costado esas menciones a Almería y Aguamarga en la prensa cardiovaginal, tal vez guardasen un prudente silencio. Ello no nos debe hacer olvidar que en el viejo oficio de la prensa nunca sobrarán el rigor y el respeto. Rigor para contar con precisión lo que ocurre y respeto para tener siempre consideración hacia los demás. Y si una princesa pasa sus vacaciones en Almería, eso debe ser noticia porque siempre habrá quien acuda o regrese al rebufo de esa publicación. En definitiva, el turismo almeriense necesita de más infraestructuras y de menos regomellos.
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