La costa española está repleta de barrabasadas urbanísticas. El incipiente desarrollismo de los 60 y 70 propició que los ciudadanos más avispados se apoderaran de los espacios más pegados al rompeolas. La eclosión urbanística de los 80 y 90 puso todo su empeño en establecer una pantalla de hormigón entre el mar y la tierra. Y la primera década del nuevo siglo ha sido un compendio de situaciones: primero, la eclosión constructiva, con 600.000 viviendas nuevas cada año; luego, el advenimiento de una crisis que ha conducido a la ruina de la mayoría de emporios inmobiliarios, y ahora, con una situación que propicia situaciones inimaginables, como la posibilidad de hacerse con una vivienda en primera línea de playa por cantidades en otro tiempo irrisorias.
De todos los atropellos urbanísticos, uno de ellos es el paradigma: El Algarrobico. Basta escribir esos once caracteres en el navegador del ordenador para que se amontonen las entradas. Si en el Google se toma la opción de imágenes, el dichoso hotel en construcción se puede apreciar desde todos los ángulos posibles. Una de las vistas destaca sobre las demás: la que muestra el hotel en el frontal de una toma desde dentro del agua. “Ilegal”, se puede leer con grandes caracteres desde mar adentro.
Guillermo Varcárcel ha sido testigo del boom inmobiliario desde su gestación hasta su declive. Con la imagen del Algarrobico en portada, acaba de sacar a la luz “La ola que arrasó España. Ascenso y caída de la cultura del ladrillo” (RBA Libros, Barcelona, enero 2013). Tecomiendo su lectura. “En Andalucía –cuenta-, agotadas las costas del Sol y de la Luz, se trató de explotar Almería utilizando como trampolín los Juegos del Mediterráneo de 2005. Recuerdo perfectamente los consejos de los enteradillos en 2005: las dos zonas con opciones de inversión en España eran Almería y Ciudad Real. Lo recuerdo porque lo aconsejaba yo mismo”. Ya vemos el resultado.
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