Creíamos que el espectáculo tertuliano iría poco a poco a menos, a medida que creciera el uso popular de Internet, pero no es así. Se va imponiendo la conferencia de prensa sin preguntas y la comunicación por sistema cerrado en beneficio de los políticos que huyen del cuerpo a cuerpo con los periodistas. Esto obliga sin duda a los públicos a preferir los debates televisados donde además de noticias sobre cuestiones que mucho les incumben, asisten a una pintoresca verbena de cruzadas vanidades. En estos tiempos de paro galopante, vemos sin embargo tertulianos superempleados. Por la mañana aparecen en una emisora de radio, siguen a media mañana en la televisión, y por la noche, a lo mejor dictan alguna conferencia en la sede del amado partido político. La verdad es que no sabe uno dónde se informan sobre lo que está pasando porque a veces sus oxidados argumentos parecen ciencia infusa. Quien es de derechas no hay peligro de que se pase a la izquierda. Y quien es de izquierda, lo mismito te digo, solo que como las emisoras suelen ser mayoritariamente afines al gobierno, ya se cuida el moderador de desequilibrar la balanza. A un lado coloca a tres víboras del PP y al otro a dos criaturitas ingenuas del PSOE. Al final del debate, ocurre lo que todo el mundo esperaba, como cuando juega el Madrid con el Calahorra. La izquierda termina con los párpados ensangrentados y la cara amoratada, imagen perfecta tras el combate de esos boxeadores de pueblo, faltos de entrenamiento y de “dribling”. Y esto, al parecer, es lo que anima a la audiencia para seguir viviendo otro día: lo bien que va todo en educación y en sanidad, lo pronto que se acabarán los recortes, y en fin, lo dichosos que podemos ser dejando las playas perdidas como están y volver al ladrillo.
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