Dice Matteo Renzi, alcalde de Florencia, presidente del Partido Democrático (PD) que está cambiando el mundo y el bipolarismo neto, izquierda-derecha, está en crisis en muchas partes. Bastantes cosas de las que pasan en Italia respecto al funcionamiento de los partidos tradicionales tienen su aplicación también aquí. La gente vota porque cree que los partidos todavía pueden resolver los acuciantes problemas diarios del ciudadano y porque es necesario poner orden en la selva de la política- lo otro sería volver a la caverna-. Las campañas electorales se sustancian sobre la crítica al otro partido mayoritario que es el que puede gobernar, pero luego el partido ganador cae en los mismos defectos que criticó con lo cual la ciudadanía se harta, piensa que todos los políticos son iguales, casi nadie dice la verdad por miedo a perder credibilidad y los administrados viven como engañados. Aparece pues lo que hoy llamamos desafección que es como esa amargura que queda después del amor menoscabado. España ya vivió con la Restauración un largo período de partidos turnantes que en realidad no eran tales porque apenas si había diferencia entre unos y otros, política garbancera, caciquil y frustrante a más no poder. Eso que solemos llamar el pueblo se había distanciado tanto de sus políticos que se creyó que por aquí no pasaba la modernidad hasta que preparamos la llegada flamígera del dictador - en Italia al menos han llegado por ahora sólo un cómico y un magnate de la televisión -. ¿Por qué los partidos tardan tanto en desprenderse de sus casos de corrupción dando a entender que están ahí para protegerlos? ¿Por qué tienen tanto miedo a que se sepa la verdad, maestros consumados de la doble moral, ahora digo una cosa y mañana digo otra? ¿Cuántas veces no habrá dicho Bruselas, el FMI y Banco Mundial que aquí no íbamos a cumplir con el objetivo de déficit a pesar de las reiteradas promesas de nuestros linces económicos? Pues, hala, aún les queda cara, sonrien y no dimiten.
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