Circula estos días por la red el chiste de un genio que se aparece a un señor con cara de preocupado que pasa por la calle (la cosa transcurre en la España actual) diciéndole que ante la grave situación por la que atraviesa nuestro país estaría en condiciones de concederle un deseo, por prodigioso e improbable que resulte. Naturalmente, el tipo solicita la remontada de su equipo en el partido de vuelta de las difíciles eliminatorias de la Copa de Europa. Ni paro, ni corrupción, ni desahucios, ni zozobras regionales. Lo natural y lo que verdaderamente importa es el pase de nuestro equipo a la Final de Wembley que se disputa dentro de un mes. Puede que los analistas más graves y sesudos deploren el fondo de este recurso cómico, cargando las tintas contra la irresponsable y frívola banalidad que supone preferir un resultado deportivo antes que la solución de los gravísimos problemas sociales y económicos que padecemos. No obstante, me van a disculpar si me pongo en contra de esa corriente para decir que, tal como lo veo, apostar por revertir una situación adversa apelando a valores como la identidad, el orgullo, el coraje y esas otras razones con las que la naturaleza dotó los escrotos masculinos, también puede ser un modo positivo de afrontar la crisis. Gandhi decía que al encontrarse nuestra recompensa en el esfuerzo antes que en el resultado, un esfuerzo total supone siempre una victoria completa. Y si ese esfuerzo total supuso en su día la salida del Imperio Británico de la India y la descolonización, cómo no va a servir también para meterle tres al Borussia. Ah, perdón, y para lo de la crisis también, faltaría más.
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