Me seduce el tema de la desaparición. Ya lo traté en uno de mis libros. En aquella ocasión, me atreví a hacer una rara clasificación a partir de cinco historias distintas: el suicidio, la anulación, la obsesión, el asesinato y el volver a empezar en otro lugar y con otra piel distinta. Evidentemente se trataba de una tipificación abierta e, incluso, sujeta a todo tipo de matices y contradicciones. Tanto es así, que decidí deslizar entre las páginas del libro desapariciones –ajenas a las cinco historias principales- que ni el lector ni yo mismo pudiéramos incluir en ninguna de esas etiquetas.
Hoy, cinco años después de su publicación, tengo la consistente sensación de que, como si de un anexo se tratase, podría escribir e incluir una sexta historia en aquella novela. Un relato que se centrara en un tipo de «desaparición exógena», es decir, aquella que se forma o nace en el exterior de uno mismo, la que no depende de la voluntad del que desaparece. Me explico. Estoy hablando de la desaparición que se gesta en el olvido de otra persona; esa que emerge de lo más profundo de la memoria para inundar y esterilizar allá donde una vez hubo un nombre y un rostro. Es obvio que se trata de un ejercicio realmente complejo. Tanto que sólo tengo preguntas para ti. ¿Podrías olvidar a una persona con tanta intensidad que la hicieses desaparecer? ¿Podríamos darle la categoría de desaparecido a aquel hombre que un día decidiste no recordar? ¿Se puede arrasar de la memoria una voz, un olor o un gesto? Y, yendo más allá, ¿se puede romper el hilo que conecta esa voz a ese olor y a ese gesto, y que lo hacía tan identificable como una huella dactilar? En el hipotético caso de que sí se pudiera, si te cruzases con el hombre de esa voz, de ese olor y de ese gesto, ¿lo reconocerías? ¿Tendría tu olvido la fortaleza suficiente como para soportar la embestida del recuerdo? Vale, imaginemos que sí. Entonces, ¿te habrás cruzado ya con hombres que decidiste olvidar? ¿Y realmente era eso lo que querías? ¿El olvido a costa del recuerdo? ¿El olvido como la sábana que cubre un cuerpo? ¿El olvido preñado de más olvido? ¿Me recuerdas? Soy yo. Tú no lo sabes, pero hubo un tiempo en que esa voz, ese olor y ese gesto eran inequívocamente míos.
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