Suele decirse que la sociedad va por delante y la legislación por detrás. Como quiera que el ordenamiento jurídico ordena y conforma la convivencia de los hombres se hace necesario adaptarlo al ritmo de los tiempos teniendo en cuenta tanto el nivel cultural de cada época como los ejemplos comparativos de otros pueblos del entorno a los que creemos más sabios y experimentados. Por desgracia estos movimientos no se presentan en sincronía. Hay sociedades dominadas por el conservadurismo y por ello no tienen prisa en cambiar de rumbo. Se diría que viven instaladas en la verdad inmutable de sus mayores. Otras, por el contrario, necesitan del movimiento continuo. En el siglo XIX con la invención del ferrocarril, el barco de vapor y otros ingenios, se creyó que la sociedad avanzaría como una gran maquinaria. Nada más erróneo. El hombre es imprevisible. Esto podría explicar que algunas leyes queden bajo la nieve durante lustros y lustros sin que nadie se atreva a tocarlas. Los desahucios han descubierto una legislación hipotecaria del siglo pasado. Y no hablemos ya de la reforma agraria que nunca llega. Sin embargo, es digno de ver cómo se acelera la historia al tratarse de las leyes de educación. Aquí en España cada partido que gana el poder lo primero que hace es cambiar la enseñanza. Creo que desde la posguerra para acá van así como siete leyes. Y a pesar de la variedad de propuestas no se ven demasiadas originalidades. La derecha tira para sus colegios concertados y elitistas, y la izquierda defiende la educación pública como telón de fondo de la igualdad de oportunidades. Acabamos de salir de una huelga general en donde por primera vez han acudido a la protesta todos los grados, desde el parvulario hasta la universidad. Me pregunto por qué la ideología cambia tanto las matemáticas.
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