La acusación y encarcelamiento del banquero Miguel Blesa es un suceso que ha conmovido los cimientos del sistema y el juez Elpidio José Silva ha traspasado la línea roja de lo que hasta el momento muchos consideraban poco menos que imposible. Es un salto cualitativo en la puesta en solfa de los fundamentos no ya del sistema político sino de la degradación experimentada por el mismo y de forma más escandalosa desde que comenzó la actual crisis económica, política e institucional.
La corrupción no da tregua. Pero hemos entrado ya de lleno en la etapa de la reacción social, comenzada o atisbada hace dos años con el surgimiento del movimiento 15-M. La caída de Blesa es un hecho con una significación superior a lo que supuso la de Mario Conde. En efecto, el expresidente de Caja Madrid es el primero de todos los que vendrán. La presión popular es ya poco menos que imparable, con las protestas y rebeliones generalizadas. Las gentes españolas han ido perdiendo el miedo. Y los jueces se sienten más libres y más independientes para tomar decisiones que, no nos engañemos, hasta hace poco no se sentían con fuerzas y con libertad para tomarlas. La imputación de Urdangarín y de su esposa, la de ésta anulada solo provisionalmente, había sido ya un temprano salto cualitativo en esa dirección. El presente acontecimiento subraya con elocuencia la conexión de la corrupción financiera con el origen de la gran crisis económica. Comprar por 754 millones de euros un banco, el de Florida, por más del doble de lo que vale, lógicamente conduce a la ruina de la entidad compradora. Con Blesa tienen que caer todos los corresponsables.
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