Es lógico que cada generación pretenda escribir el guión del fragmento de Historia que le ha tocado en suerte, pero cuando se trata de la política y de los intereses permanentes de un país -los "objetivos históricos" a los que se refirió en su día Ortega y Gasset-, la prudencia aconsejaría no desdeñar la experiencia de quienes han desempeñado tareas de gobierno. Me viene esta idea a la cabeza tras escuchar el lunes por la tarde en el Congreso la intervención del ex presidente José María Aznar y al compartir, al día siguiente, en la Cope, charla y entrevista con José Bono, ex presidente de las Cortes.
Ambos están ahora en la periferia de la política -con más exposición Aznar por sus sonadas palabras doliéndose de la atribuida falta de liderazgo de Rajoy-, pero en plenitud de facultades para analizar los males que afligen al país. Es sabido que Aznar mantiene la presidencia de honor del PP y que Bono renunció a prolongar sus vínculos orgánicos con el PSOE, pero uno y otro siguen siendo referentes políticos para muchos.
Desde esa perspectiva y dejando claro que ni el uno ni el otro tenían intención de disputar el liderazgo a quienes ahora (Rajoy, Rubalcaba) mandan en el PP y el PSOE, habría sido bueno que algunas de sus reflexiones y críticas hubieran encontrado eco entre la dirección actual de sus partidos. Es una pena que, por suspicacia, cuando no abierta desconfianza, la experiencia y el capital político acumulado por Aznar y Bono no esté siendo aprovechado por sus respectivos partidos. Claro que, para que la cosa se hubiera planteado de otra manera, tanto uno como el otro deberían haber sido mucho más explícitos a la hora de manifestar que no tienen intención de volver. Circunstancia que en el caso de Aznar, a juzgar por sus intervenciones recientes, ya no está tan clara.
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